La belleza contenida de un ser humano

Un silencio íntimo recorre los relojes, mientras amanece un día más sobre nuestros cuerpos

Un silencio íntimo recorre los relojes, mientras amanece un día más sobre nuestros cuerpos. Asistimos impasibles a la barbarie diaria de la ejecución de un ser humano y no movemos ni un solo dedo para evitarlo. Igual pasa, cuando vemos a un emigrante descalzo y hambriento paseando sin rumbo por la ciudad. Lo mismo sucede cuando vemos a una mujer con marcas en la cara, guardando tras las gafas de sol un dolor que no conoce patria ni frontera. Quizás, porque nuestras arterias marchan calladas día a día con esa voluntad íntima de seguir siempre luchando en contra de la tiranía del hombre, de ir en contra de la misericordia del amo -no queremos limosna- o en contra de la indulgencia -no hemos hecho nada malo para que nos oprima. Así es como se tejen los días ajados de una mujer. Afirmando cada día que se es merecedora del respeto. Defendiendo su libertad, a pesar del miedo. A pesar de temer por su vida, por el mero hecho de ser simplemente mujer. Por querer no pertenecer a nadie ni a nada. Por no tener dueño, aunque algunos se crean con derecho a algo. Así es como se tejen los días ajados de un ser humano. Por empuñar unos poemas sobre su frente. Por arrastrar una tormenta entre la garganta. Por ser mujer, por ser aquella donde no sólo germina la vida, sino la virtud de la humanidad: la belleza contenida de un ser humilde que proclama paz para sus agónicas banderas, que pronuncia ternura con sólo nombre. Quizás es por esa razones que aquí y ahora, compañeros y compañeras, debemos de defender una sociedad más justa y equitativa, más compresiva, si cabe. No podemos permitir que el silencio hable por nosotros. Que sea la podredumbre del hombre quien alimente las almas y la razón del día a día. Debemos de luchar por un lugar donde no contemos la ausencia de aquellas personas que nos dieron la vida. Donde respetemos al más débil. Donde amemos al prójimo. Donde evitemos que, un día más, la heroína impávida que sobre el acero hendido derrama su sangre, no sea una esquela, una lágrima, un dolor que nos asalte. Que no sea la vecina de enfrente, ni la madre de eso niño que llora desconsolado. Que sea la mujer, su vida y la dignidad de la humanidad la manera con la que damos forma a todas las cosas. Que demostremos que esta sociedad que estamos construyendo es digna de nosotros y de nuestros hijos.

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