La idea que tenemos de la pereza ha evolucionado de forma paralela a la del colesterol: ambas se vieron como algo malo hasta que un día la medicina hablara de otro colesterol, el saludable, y la ciencia confirmara que también hay una pereza regenerativa y gozosa; aunque esta, discriminada de antiguo como pecado capital por las teologías monoteístas, siga arrastrando aun su mala fama, solo bien ganada cuando, como sucedía en otros tiempos, lo que estaba en juego era la supervivencia misma. Así que su descrédito, como ilustra el DECEL, no tiene que ver tanto con algún Sr. Pérez como con esa vaga flojedad que inclina al descanso, incluso si no se está cansado. Es la misma idea que inspira a la RAE, que la identifica con el descuido o la negligencia ante un deber, aunque el M. Moliner, más tolerante, atenúa ese mal sesgo y la reconoce en la mera falta de ánimo o ganas de moverse, al punto que hasta la ejemplifica con la perogrullada de que al verano le va bien la pereza. Lo que no impide que en una sociedad tan utilitarista siga sonando a pecaminoso jactarse de programar un ocio perezoso ni en vacaciones sin hacer otra cosa que aburrirse: haciendo nada. A pesar de que haya nadas muy creativas, pero eso hoy no toca. Hoy toca recordar que lo contrario de la pereza es la ansiedad y que, si uno es una persona ansiosa hará muchas cosas, incluidas las inútiles para el cuerpo y el espíritu, y hasta hará más cosas de las que deba hacer ni pueda disfrutar como ocurre con todos los excesos carentes de sentido. Es el caso de la industria del ocio que atosiga con un aluvión de planes extenuantes, la mayoría de las veces incompatibles con ese cada día más famoso derecho a la pereza, que Lafargue justificó como una reacción natural contra el capitalismo feroz y que propicia el acceso al bienestar personal desde la evidencia, tan incuestionable, de que los humanos somos perezosos por naturaleza y de que, como bien sabe quién se esforzó y se cansó, pocas cosas hay tan plácidas como descansar luego, abandonado al albur de ver pasar el tiempo mientras reflexiona o no reflexiona, sobre lo que se puede y no se quiere hacer, más allá de no hacer nada, en un trance de pereza virtuosa, o de sosegado reposo tras el agotamiento productor del resto del año. Que es justo lo que pretendo que acapare mi tiempo estival, al menos hasta que refresque, y hace que me despida hasta entonces o tal vez hasta siempre.

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