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Mojácar en Nueva York

  • El 'American way of life' (es decir: el modo de vida americano) se manifiesta en tres principios —vida, libertad y búsqueda de la felicidad— y ha seducido a soñadores de todo el mundo que han encontrado en el individualismo un modo de progresar económica y socialmente

Mojácar en Nueva York

Mojácar en Nueva York / MOMA

Pocas ciudades como Nueva York, la capital económica de Estados Unidos, encarnen mejor ese espíritu. Frente a eso, el 'Mediterranean Lifestyle' (es decir: el modo de vida mediterráneo) se manifiesta también en tres principios —hedonismo, historia y paisaje— y sigue seduciendo a viajeros de todo el mundo que han encontrado en la socialización el modo de vivir plácidamente. Pocos pueblos como Mojácar han sabido guardar mejor esa esencia de lo genuinamente mediterráneo.

Aunque resulte sorprendente, hubo un momento, en la década de los sesenta, donde esos dos mundos antagónicos —el liberalismo americano y el estado social mediterráneo— pudieron contrastarse durante unos meses.

Entre noviembre de 1964 y febrero de 1965 se celebró en el Museum of Modern Art de Nueva York (MoMA) una de las exposiciones más influyentes de ese momento: 'Architecture without Architects' (Arquitectura sin Arquitectos). Su comisario fue el arquitecto, crítico y editor Bernard Rudofsky. En la muestra se hilvanaba un discurso crítico con los arquitectos modernos ortodoxos y se defendía el valor de la arquitectura popular, sin autor, y madurada desde el respeto por el paisaje, la construcción tradicional responsable y un sentido estricto de la utilidad. Es decir, una arquitectura íntimamente ligada al lugar.

La exposición se componía de fotografías de construcciones vernáculas, de intervenciones en el paisaje agrícola o de artefactos populares para atemperar el clima. Entre todas las imágenes, destacaban dos fotografías de Mojácar realizadas por José Ortiz Echagüe. En una de ellas se mostraba una panorámica general del pueblo almeriense encaramado a la montaña con el mar mediterráneo al fondo. En la otra fotografía, más detalladamente, se podía advertir el conjunto de casas del pueblo formado por volúmenes blancos y superpuestos, cada uno de ellos distinto, y cada uno de ellos con una composición diferente de puertas y de ventanas —éstas últimas de pequeñas dimensiones para protegerse del sol. El trazado del viario, consecuencia inmediata de las condiciones topográficas, o el sistema de micro-plazas concatenadas que favorece el contacto social, son un ejemplo de modelo urbano ejecutado lentamente a lo largo del tiempo y sin una planificación previa. La presencia de Mojácar en la exposición trataba de reivindicar además la fuerza estética de la topografía, la defensa del modo natural con el que estas construcciones se adaptan a los desniveles, y el reconocimiento de la abstracción frente a la figuración.

En la página 39 del catálogo de la exposición —convertido en un 'best-seller' universal— se podía leer debajo de una de las fotografías de Mojácar un breve texto titulado 'Model hill town' donde Rudofsky se lamenta de que las casas que jalonan la montaña están en peligro de posible demolición, por el turismo y por la construcción de nuevos hoteles o de «villas diseñadas con falso estilo vernáculo». De lo que se quejaba era del inevitable proceso de globalización y de la consecuente pérdida de identidad local. Y no se equivocó en la advertencia.

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En la exposición, junto a las fotografías de Mojácar se podían ver hasta 200 imágenes de 60 países diferentes de Europa, Asía, África o América: unas casas de adobe de Mali, unos artilugios para ofrecer sombra en Pakistán, unas casas-cuevas en la Capadocia de Turquía, el pueblo de Positano en Italia o unas casas-patio enterradas en China. También estuvieron presentes en la exposición algunos ejemplos españoles como los Hórreos de Combarro, el pueblo de Mijas o los cultivos de viñedos protegidos del viento en Lanzarote. Esta cercanía con España le permitió a Rudofsky construir una casa-estudio de verano en Frigiliana (Málaga).

Durante unos meses, las fotografías de Mojácar compartieron protagonismo en las paredes del MoMA de Nueva York con obras de Van Gogh, Magritte o Andy Warhol, y pudieron ser contempladas por la aristocracia cultural, social y económica de todo el mundo. Pero también estuvieron expuestas en una ciudad dominada por modernos rascacielos, por las intrigas de Wall Street y por el bullicio que se produce sobre el calor del asfalto.

Frente al tiempo acelerado americano, el letargo de la cultura mediterránea brinda a sus moradores la protección de una familia, ofrece al visitante el patrimonio como una herencia a transmitir, y permite disfrutar de un clima que favorece el desarrollo de la agricultura, tanto como una actividad de la que se obtienen productos frescos como por su capacidad de moldear el paisaje.

En el mediterráneo, el placer se acepta sin la servidumbre de la culpa, la belleza se disfruta desde el afecto a lo cotidiano y la sostenibilidad se practica como respuesta a una necesidad de consumir menos recursos.

El hedonismo en el mediterráneo forma parte de un ideario moral que nos convoca cada día a contemplar la vida como un espectáculo: participar de un atardecer, escuchar el rumor del agua que circula por una acequia o sentarse bajo la sombra de una higuera. Y esto, en Mojácar, sí es posible.

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