Expulsión de los judíos
Cultura
Los Reyes Católicos cerraron jurídicamente dos siglos de creciente intolerancia expulsando a los judíos de Castilla (1492) –y de Aragón y Portugal (1496)–
Más de la mitad de los residentes de la capital han llegado de fuera
Es difícil decidir hasta qué punto influyeron las razones religiosas o las razones políticas. Después de estudiar la situación, por mi parte, en Isabel pesaran más las primeras y en Fernando las segundas, aunque en ambos influyó la voluntad de asegurar la unidad política.
Sin embargo, personas más avezadas argumentan que los Reyes Católicos no fueron antisemitas, porque protegieron a los judíos hasta la misma víspera de su expulsión e hicieron favores a conversos, como al cronista Hernando del Pulgar o el médico real López de Villalobos, y que Fernando se rodeó principalmente de personas de origen judío. Lo que les decidió a expulsarlos fue la creencia de que en tanto se mantuvieran abiertas las sinagogas, los conversos se sentirían más atados a judaizar, lo que excitaba sobremanera a los clérigos y, al pueblo.
La expulsión de los judíos de Castilla, muy hispanizados e integrados, marca un hito. Algunos historiadores cifran el número de judíos en 300.000 en el último cuarto de s. XV. Por esos años, no quedarían más de 200.000 en una España de seis millones de habitantes. Algunos judíos se habían adelantado en varios años a la orden de expulsión, especialmente en la corona de Aragón, y otros, habían aceptado la conversión. “Entre 100.000 y 150.000 tomaron el camino de exilio, pero muchos volvieron para el bautismo”, lo que el historiador supuso “una pérdida más cualitativa que cuantitativa”. Entre los que abandonaron España “había algunos conversos influyentes en la iglesia y en las finanzas”.
Muchos de los que fueron expulsados permanecieron en Francia, Italia y Portugal, con la esperanza de que pronto se aboliera la orden de expulsión. La mayoría de los que cruzaron el Estrecho y se establecieron en el norte de Marruecos volvieron al cabo de pocos años a causa del mal trato de que fueron objeto por parte de los dirigentes musulmanes.
Cuando se promulgó la Pragmática de 1499, por la que se prohibía bajo pena de muerte la entrada de judíos, “aunque digan que quieren ser cristianos”, las comunidades sefardíes se trasladaron al centro y norte de Europa, y hacia el imperio turco.
La expulsión de los judíos tuvo una influencia decisiva en la mengua de recursos para las administraciones, tanto municipal como estatal, y sobre todo para las empresas que los RRCC estaban llevando a cabo, en especial la americana. “En 1492, de la publicación “La España imperial”, desapareció una dinámica comunidad cuyo capital y habilidad habían contribuido a enriquecer Castilla. El vacío dejado por los judíos no podía ser fácilmente llenado y muchos de ellos fueron sustituidos que aprovecharían la oportunidad de explotar los recursos de España, muchos más que para aumentarlos”. Pero si la expulsión trajo consecuencias irreversibles en las arcas estatales y municipales, también fue perjudicial para la cultura y las ciencias. Por ejemplo, el decreto de expulsión alcanzó a prestigiosos científicos, como el matemático y astrónomo Abraham Zacuto, que profesaba su docencia en la Universidad de Salamanca, o el humanista valenciano Luis Vives, un judío que huyó antes de que condenaran a muerte a casi toda su familia y exhumaran de la tumba los restos de su madre.
Tras la expulsión, arreció la “caza del converso”. La preocupación por la sinceridadde los nuevos cristianos se convirtió en una obsesión hasta prohibirles ejercer cargos públicos y pertenecer a corporaciones, colegios, órdenes e incluso residir en varias ciudades. Todo resabio de “impureza” era motivo de desconfianza, cuando no se denuncia y befa. Tirso de Molina, Lope de Vega o Calderón participaron en los ataques a todo lo judaizante. Quevedo pidió a Felipe IV que “perezcan, todos y todas sus haciendas. Escoria es su oro; hediondez es su plata, peste su caudal. Jesucristo Nuestro Señor nos enseñó en naciendo a huir del oro de los judíos” en su “execración por la fe católica contra la blasfema obstinación de los judíos que hablan portugués y en Madrid fijaron los carteles sacrílegos y heréticos, aconsejando el remedio que ataje lo que, sucedido, en este mundo con todos los tormentos aún no se puede empezar a castigar” (1633). Hasta el año 1860 se exigió “pureza de sangre” para ingresar en la Academia Militar.
Judíos en calle Granada y la calle Judía de nuestra capital
Estaban dedicados a la venta de ropa confeccionada para los comercios de la capital. Era la familia Benarroch que residieron en nuestra ciudad más de medio siglo. Más tarde, los Benarroch Benzaquén, en 1928 se establecieron en la Rambla Obispo Orberá y más adelante en la calle Méndez Núñez con una plantilla de más de un centenar de mujeres cosiendo. Confecciones Febo, estaba situado en la calle Granada, desde 1936, frente a la Bodega La Oficina, del bodeguero Jerónimo García López que se estableció en 1951. El propietario Carlos Salomón Benarroch Benoliel estaba muy bien relacionado en la ciudad, vivía con su esposa, Mery Bentolila, en el afamado edificio de Las Mariposas, estandarte de la construcción en el corazón de la capital, una de sus pasiones conocidas era bañarse en la cercana playa de Las Almadrabillas. Llegó el momento que la confección quedó anticuada y por la competencia de los nuevos tejidos y diseños tuvieron que emigrar a Barcelona, donde triunfaron con la confección y venta de trajes de novia. En Almería, a principios de los años 80, el último gerente Juan A. Ruiz cerró para siempre. Aún se puede ver la fachada del establecimiento haciendo esquina con la calle San Eugenio que desemboca en la calle Judía.
Nombre adjudicado a esta calle en reconocimiento, a principios de s. XIX, a Sara, una bellísima mujer judía que arribó por estos lares venida de Orán, que fue menospreciada, denostada e injuriada por las envidias de los vecinos. Su hermosura, su tersa piel y sus refinados modales llevaron al agricultor Andrés Pitanzas a hacerse cargo de ella. Murió al contraer una enfermedad muy al uso de la época. Todo esto a grandes rasgos lo narra Joaquín Santisteban, cronista del la ciudad en el diario “Andalucía Oriental”.
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