Almería

El guirigay del Mercadillo de Regiones

  • Su ubicación y los atascos de tráfico que generaba supusieron un conflicto constante desde 1977 a 2005  

El guirigay del Mercadillo de Regiones

El guirigay del Mercadillo de Regiones / D.A.

Los mercadillos son los centros comerciales más populares. Casi todos los pueblos medianos y grandes de la provincia tienen el suyo, algunos tan famosos como el Vícar o el de Albox. Éste es tan inmenso que ha perdido el diminutivo y el martes ya no es martes, sino “día de mercado”. Decían los viejos de la comarca, allá por los años setenta, que, si en el mercado de Albox buscabas un objeto y no lo encontrabas, es que no existía.

La capital tiene su calendario semanal de mercadillos, legales e ilegales, donde los numerosos consumidores acuden para abastecerse de frutas, verduras, plantas, calzado o prendas deportivas: aeropuerto, 500 Viviendas, Regiones, Plaza de Pavía, Quemadero, Cabo de Gata o Plaza de Toros. Cuando en 1977 el mercadillo de Regiones se montaba en la Carrera de los Limoneros y en la del Perú, Bernardo Hernández traía desde la Urba de Roquetas autocares repletos de turistas para visitar el “gypsy market”, en una excursión muy demandada por alemanes e ingleses.

El mercadillo de Regiones, por su propia idiosincrasia, ha sufrido en las últimas décadas una constante agitación. Cuando saturó el barrio que le daba nombre y salió hacia Nueva Andalucía era evidente que resultaba una solución chapucera y provisional: los 567 metros de longitud de la avenida de Padre Méndez pronto serían una gran arteria de la ciudad y aquellos cortes de tráfico semanales impedían la vida normalizada de una zona muy poblada. No lo vieron así las autoridades municipales y, lógico, el problema les explotó en la cara. Al poco hubo de buscarse un espacio alternativo.

El concejal de Abastos del Ayuntamiento, el sindicalista y socialista Eduardo Vela Ripoll, tuvo que emplearse a fondo el martes 27 de octubre de 1981 porque los vendedores se sublevaron y no montaron sus carpas al oponerse a las normas del Consistorio. Además de imponer su traslado a la Avenida del Mediterráneo, el edil creó un carnet de vendedor, ordenó a los ambulantes de otras provincias que dejaran sitio a los locales, prohibió la venta de productos alimenticios y amenazó con suprimir el de la Colonia de Los Ángeles. Incluso eliminó el nombre de “Mercadillo de Regiones” por obra y gracia de su firma y lo bautizó como “Mercado de los martes”.

Los diferentes proyectos de traslados provocaron manifestaciones, denuncias y hasta un encierro en la Catedral

La idea de Vela Ripoll era que los puestos ocuparan la calzada ascendente desde el pabellón de deportes –hoy Rafael Florido- hasta la esquina con la carretera de Níjar y en sentido descendente desde Arcipreste de Hita hasta la confluencia con la Carrera del Perú. Pero los vendedores no lo veían bien porque se redujeron los metros de las parcelas de cada uno y se eliminaron las licencias a otros compañeros. Por eso, decidieron iniciar un encierro reivindicativo en la Catedral donde gritaban que podía más “el hambre de sus hijos que el peso de la razón”.

Las aguas estuvieron revueltas varias semanas y el concejal de Abastos contraatacó suspendiendo quince licencias de venta durante seis meses y advirtiendo que, si los vendedores no se marchaban y se asentaban en la Avenida del Mediterráneo, el mercadillo lo suspendería para siempre, así como sus 254 licencias. Aquel “guiño democrático” bajó la efervescencia de los manifestantes; también que el Ayuntamiento autorizara la venta de productos alimenticios y agrícolas, pero solo “de temporada”, abriendo así un abanico de posibles transacciones. Tras muchos dimes y diretes, los puestos terminaron ocupando la Avenida del Mediterráneo, no sin numerosas quejas de los profesionales, azuzados por otros que venían de fuera de Andalucía. Allí estuvieron años, entorpeciendo el tráfico y alterando la vida de una calle que comenzaba a vertebrar el norte y sur de la ciudad.

Y, como siempre, se ideó otro traslado: El Ayuntamiento decidió en 1996 eliminarlo de la Avenida del Mediterráneo porque ocasionaba un tapón circulatorio. Los vendedores volvieron a oponerse, rememorando los conflictos de quince años atrás y el Consistorio usó su arma favorita: la presión: el 14 de mayo de 1996 la Policía Local actuó con contundencia y denunció a 200 vendedores porque se negaron a dejar sus espacios en la calzada para trasladarse a un erial frente al aeropuerto. “Allí no vendemos ni una escoba” se lamentaban los afectados.

La tangana que le montaron al alcalde, en esta ocasión del PP, fue de aúpa. Enfadadísimos por las denuncias verbales de los Municipales –que también provocaron grietas en el cuerpo policial- los vendedores se concentraron, se manifestaron, vociferaron y confeccionaron pancartas con rimas escritas en los retales textiles de sus puestos: “A la ciudad de Almería le da un tabardillo y dice no al cambio de mercadillo”; “Con la nueva mayoría, más hambre todavía”; “Al mercaíllo llegaste a pedir el voto y ahora que has conseguido ser alcalde nos echas a patadas”; “Nos denuncian en nuestro puesto y nos mandan cerca de El Acebuche. El único delito = ser vendedor ambulante” rezaban las pancartas que exhibieron en el Paseo y en la Plaza Vieja. Hubo hasta amenazas de querellas, como contra el presidente de Asempal, Miguel Santaella, a quienes acusaban de haber declarado que ellos vendían “productos de dudosa procedencia”.

Durante años ocupó la calzada de la Avenida del Mediterráneo, ocasionando un enorme colapso en el tráfico de la ciudad

Al final, la mediación del concejal de Salud, Juan José Alonso –recientemente fallecido-, de Protección Ciudadana, Cristóbal Moya-Angeler y de Alcaldía, María Rosa Granados, con la asociación de comerciantes consiguió apaciguar la situación: los puestos se instalarían junto al Auditorio durante un mes. No hay que olvidar que detrás había 1.300 profesionales que aportaban al erario municipal cerca de 67 millones de pesetas en tasas.

Pero, claro, el tiempo pasó rápido y en junio de 1996 se recrudeció el conflicto al dictaminarse que los tenderetes regresaran a las avenidas del Mediterráneo y del Perú. La decisión ocasionó la satisfacción de los vendedores y la indignación de los padres y profesores del colegio “San Gabriel” porque interrumpía el acceso de los alumnos a clase. Los vecinos tampoco podían entrar a sus cocheras ni a sus casas e incluso alguno tuvo que ser escoltado por la Policía para poder moverse. Además, los automóviles aparcados llegaban hasta la autovía, ocasionado un verdadero problema de seguridad por el colapso en el tráfico.

Se propusieron lugares alternativos: un solar frente a la Bola Azul, junto al aeropuerto, en el nuevo recinto ferial, Parque de las Almadrabillas, boca del río Andarax... pero hubo cambio de partido del alcalde y con él cierta relajación en el traslado y en el control de los alimentos que se vendían, como denunció en 2001 la Asociación de la Industria de la Carne en Almería. Siendo un tema candente desde 1981 la concejala de izquierdas responsable del tema, Josefa Navarro, aseguró en 2002, al más puro estilo de la pachorra almeriense, que “había que ir despacio en la resolución del conflicto, aunque por el momento no vamos a hacer nada”.

Y volvió la campaña electoral, ahora en 2003, y las promesas de populares, socialistas y comunistas con el Mercadillo de Regiones por medio… Con, otra vez, el gobierno local en manos del PP se acentuó la exigencia del traslado al recinto ferial. Las negativas de los vendedores llegaron a tales extremos que estuvieron ocho meses sin montar sus tenderetes. Al final, en septiembre de 2005 la edil Rosario Soto, logró un acuerdo beneficioso para la ciudad y los consumidores: el mercadillo de Regiones, al Estadio de los Juegos Mediterráneos. Y concluyó un guirigay que se prolongó décadas.

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