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La mina del horror

  • Explosión. La mayor catástrofe minera de España con una treintena de muertes en la localidad de Figols, a 200 kilómetros de Barcelona, se llevó la vida de dos almerienses y otro resultó herido

La mina del horror

La mina del horror

Dos almerienses muertos y otro herido de carácter muy grave se vieron inmersos en la mayor catástrofe minera ocurrida en España en el año 1975, en la que una treintena de trabajadores perdieron la vida en el interior de una mina de lignito en la localidad catalana de Figols a unos 200 kilómetros de Barcelona en el limite entre las provincias de Lérida y Gerona.

Una explosión de grisú tuvo la culpa. Hubo además otros cinco heridos graves que sufrieron terribles secuelas. La preagonía del general Franco ocultó la dimensión real de uno de los desastres más dramáticos ocurridos en el gremio minero español en los últimos cincuenta años. Por esta causa, en mayo de 1976 fueron procesados el director de la mina, dos ingenieros y un facultativo de minas. Las causas que provocaron la catástrofe tampoco quedaron lo suficientemente aclaradas y además del pronunciamiento oficial de las autoridades - la mina estaba en perfectas condiciones técnicas- hubo rumores sobre otro tipo de fallos técnicos o negligencias. Durante ese mes se llegaron a producir en esta misma mina doce accidentes graves por contactos eléctricos y unos días antes se produjo un incendio en la misma galería aunque en aquella ocasión no se produjeron desgracias personales.

Más de seis mil personasy tres ministros acudieron a los entierros de las víctimas

A las nueve y media de la mañana del lunes 3 de noviembre de 1975 llegó el primer turno de mineros a la mina de "La Consolación" ubicada en el denominado "coto Matilde" explotada por la compañía "Carbones de Berga", uno de los yacimientos de lignito más importantes de España. Su entrada como siempre, se efectuaba a través de una galería de más de un kilómetro de longitud y que llegaba hasta los mil metros de profundidad. Pese a ser invierno, ese día hacía un calor inusual para la estación, pero todos los mineros estaban acostumbrados a estas temperaturas y sabían que la mina estaba clasificada oficialmente entre las «no grisosas». Tranquilamente, fueron dirigiéndose cada uno a ocupar sus puestos de trabajo. Como cada día, uno de los responsables activó el pulsador que pone en marcha la gran maquina excavadora de fabricación soviética.

La mayoría de los hombres que están en el interior de la galería no llegaron a enterarse de lo que ocurrió a continuación. Una tremenda explosión estremece las entrañas de la montaña. El aire se incendia en el acto y un fuerte viento huracanado arrastra una gigantesca bola de fuego a lo largo de toda la galería. Los que no perecieron en el acto por la violenta explosión son aplastados por la onda expansiva contra las paredes del túnel, mientras otros se convierten en antorchas humanas. Alguno de los supervivientes, tras su rescate, describió la situación vivida dentro de la mina como infernal.

Veinticinco mineros fallecieron en el acto y nada pudieron hacer por ellos el resto de compañeros, quienes alertados por el fuerte estruendo, bajaron temerariamente poco después, afrontando a pecho descubierto todos los riesgos para poder llegar hasta el fondo de la galería siniestrada. Unos pocos heridos fueron sacados con vida al aire libre. Varios fallecen unos minutos o unas horas después, mientras intentan reanimarlos o durante su evacuación en ambulancias. Algunos de los cadáveres fueron rescatados a unos 800 metros de profundidad y a cuatro kilómetros de la boca de la mina.

Uno de los mineros que milagrosamente salvó la vida fue José Jódar Urrutia, natural de Mojácar donde nació en 1938 después que fuese rescatado por sus propios compañeros cuando ya estaba extenuado intentando liberase de las maderas y cascotes de piedra que lo mantenían aprisionado y semi sepultado. Fue intervenido quirúrgicamente la misma mañana del accidente en el hospital comarcal de San Bernabé de Manresa a donde fue trasladado recuperándose unos meses después de las graves heridas sufridas.

Diego Muñoz Torres, natural de Carboneras donde nació el 3 de diciembre de 1937 fue el primero de los mineros almerienses que murieron en el acto sepultado en la explosión. Casado y padre de dos hijos de corta edad residía en la localidad de Bagá en cuyo cementerio municipal fue sepultado. Ocho meses más tarde falleció Juan Flores Sáez, también vecino de Carboneras, casado y padre de tres hijos y residente en aquellas fechas en Serchs. Su muerte se produjo el 20 de julio de 1976 en la clínica de la Fundación Puigvert. Como consecuencia del aplastamiento los médicos para salvarle la vida tuvieron que amputarle una pierna al infortunado minero. Un grave problema renal y una insuficiencia cardiaca le complicaron su estado de salud falleciendo en el centro sanitario.

Treinta muertos en total, la mayor catástrofe minera registrada en España en los últimos cincuenta años. Más de 6.000 personas asistieron a los funerales por las victimas. El Papa mandó un telegrama de pésame y condolencia a los familiares y el gobierno del general Franco estuvo representado por tres ministros.

Todos los periódicos hablaron, naturalmente, de la tragedia de Figols. Pero mucho menos de lo que verdaderamente merecía la magnitud de la catástrofe. La desgracia coincidió en el tiempo con otras graves preocupaciones nacionales. El mismo lunes 3 de noviembre, fue operado a vida o muerte en El Pardo el general Francisco Franco. El mismo día también, llegó a su culminación la tensión desatada por la marcha marroquí sobre el Sahara celebrándose una reunión del Consejo de Seguridad para tratar el asunto ante la grave amenaza que representaba esta situación para la paz.

Los españoles vivían pendientes de los partes médicos que se daban cada hora a través de las emisoras de radio y TVE, de las crónicas desde Nueva York reflejando el nerviosismo de las Naciones Unidas y de las noticias puntuales sobre el avance a través del desierto de las multitudes movilizadas por Hassan II y su singular "marcha verde". Aquí en Almería, la muerte de estos dos paisanos en la catástrofe de Figols se le recordó de manera especial en la localidad nativa de las victimas donde mantenían estrechas vinculaciones familiares. Pocos fueron los que conocieron la autentica dimensión del drama, pese a que en esos años Cataluña era uno de los puntos preferidos de la inmigración almeriense en la búsqueda de mejores horizontes.

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