Vamos de música (VI). La Zarzuela, el gran teatro musical
Música
Catalogadas y registradas existen más de 10.000 obras de este género de música popular
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Aunque los más jóvenes nunca hayan oído hablar de este género, seguro que muchísimos lectores pueden recordar sin esfuerzo el título de tres o cuatro zarzuelas o traer a la memoria sus argumentos fácilmente e incluso alguno habrá que eche en falta su representación. Sin embargo, muy pocos saben que este género no nació el siglo pasado, sino doscientos años antes, o que catalogadas y registradas existen más de 10.000 obras.
Pocos podrán definir con cierto grado de exactitud en qué se diferencia una zarzuela de una ópera. Pues sí, vamos a remontarnos a 1657; entonces España que hasta la muerte de Felipe II gobernaba un verdadero imperio en una de sus épocas de mayor luz y esplendor político, comienza una progresiva decadencia institucional, económica y colonial, pero no cultural. Es curioso observar cómo precisamente en la época barroca, y a la par que España deja de ser la potencia de primer orden que era, nuestras letras y artes alcanzan su momento de mayor esplendor: ahí están las obras de Cervantes, Calderón, Góngora, Quevedo o Velásquez para confirmarlo; pero veamos qué ocurre en nuestra música: la creciente burguesía deja de valorar el arte de Orfeo como lo había hecho con anterioridad, importando de Francia e Italia lo más celebrado de sus músicos, como Bocherini o Scarlatti, para hacer su música en nuestro país. En medio de este panorama poco interesado en la innovación, asistimos paradójicamente al nacimiento de una de las formas más auténticas y genuinamente españolas: la Zarzuela, que podríamos definir como una obra escénica o teatralizada en la que alternan partes habladas y partes cantadas. En efecto, en la ópera, ya sea alemana, francesa, italiana o española, no hay ninguna escena hablada, y la alternancia se produce entre escenas cantadas –que reciben el nombre de arias- y escenas recitadas –llamadas recitativos- que suelen llevar acompañamiento instrumental. El apelativo de zarzuela proviene del Palacio Real, donde tienen lugar las primeras representaciones, al parecer ubicado en un espacio poblado de zarzas. Hay más elementos que caracterizan desde su nacimiento a nuestro género, siendo de los más determinantes el populismo, el casticismo y la espontaneidad de personajes y situaciones: en las miles de zarzuelas conservadas no hay por lo general personajes aristócratas, nobles o simplemente ricos, y si los hay, desde luego no salen bien parados.
La primera zarzuela conservada lleva el título de “El golfo de las sirenas”, y sabemos que fue representada en 1657, aunque la que gozó de mayor aceptación por parte del público fue sin duda “De los encantos del amor, la música es el mayor”, obra de Nebra.
El género, ya perfectamente asimilado y aceptado por el público, va dando más y más títulos, hasta alcanzar su cumbre en las postrimerías del siglo XIX, con los nombres que desde entonces van indefectiblemente unidos al de la zarzuela; entre éstos se encuentra el isabelino Arrieta, a quien por cierto se empeñaron en llamarle Emilio, cuando su nombre real era Pascual, autor de la célebre “Marina”, considerada una gloria nacional y que pronto fue convertida en ópera, o Bernini, el gran renovador del género. Nacidos ambos en 1823, nada tienen que ver las obras de uno con las del otro: el primero fue siempre fiel a un modo italianizante de componer, ajeno a toda innovación sonora; Barbieri, que era un intelectual preocupado no solo por la composición, sino también por elevar la cultura musical de la España decimonónica (creando así la Sociedad de Conciertos de Madrid), supo encontrar un tipo de casticismo menos constreñido y superficial, dotándolo de un latente espíritu patriótico –no olvidemos que pronto eclosionarán los nacionalismos en toda Europa- e impulsó el estudio de nuestro folclore como fuente inspirativa para los futuros compositores. Barbieri compuso obras excelsas, como “Gloria y peluca”, “Pan y toros” (ambos títulos bastante reveladores) y, por supuesto, “El Barberillo de Lavapiés”, su obra cumbre; su concierto de teatro popular tuvo excelsos cultivadores, algunos muy favorecidos por el público y la crítica y rivales entre sí, como era el caso de Chapí y Bretón: los dos fueron primeros premios del Conservatorio en 1872; ambos de origen humilde; los dos fueron pensionados en Roma y ambicionaban la creación de la ópera nacional –aspiración acariciada y lograda años después por Falla con su “Vida Breve”-, ambos tuvieron por lo menos una obra suya como favorita del público mucho tiempo; también sus respectivas producciones son vastísimas, aunque, revisados sus trabajos con el prisma de tiempo, pocas obras merecen sincero reconocimiento; no es el caso de “La Verbena de la Paloma”, de Tomás Bretón, escrita en 1893 en tan solo 19 días, y que tuvo un éxito sin precedentes, representándose rápidamente en todos los teatros populares españoles. Escribía el crítico Adolfo Salazar y Roiz de Palacios, musicólogo, historiador, periodista y compositor español, que “en Buenos Aires se cantaba en cinco teatros a la vez y en algunos de ellos cuatro veces por noche. Tras ésta compuso “La Dolores”, estrenada en el Teatro de la Zarzuela y basada en un libreto democrático y realista, como se dijo entonces; cosechó con ella un éxito similar, aunque nunca logró repetirlo. Su rival Chapí era menos extremado en sus convicciones nacionales y poseía un talante más aperturista respecto a las manifestaciones de la música más moderna, cualidades que le procuraron un triunfo más continuo, siendo su obra mayor “La Revoltosa”, que entronca directamente con “El Barberillo de Lavapiés”. Termino con unas palabras del gran crítico zarzuelístico de finales del siglo pasado, Peña y Goñi, quien en 1881 hace una bella metáfora sobre el arte musical: “Barbieri había confeccionado un vistosísimo ramillete que el tiempo probablemente no marchitará jamás. Arrieta no tomó de nuestros cantos populares ni flores sueltas ni ramilletes. Extrajo la esencia y presentó el aroma”.
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