El pestazo de La Celulosa de Almería

Pequeñas historias almerienses

La fábrica de pasta de papel contaminó la ciudad por tierra, mar y aire desde 1965 a 1982.

Las palmeras de la Catedral cumplen 25 años

El pestazo de La Celulosa
El pestazo de La Celulosa / D.A.
José Manuel Bretones

16 de junio 2024 - 08:00

Almería/Era un olor penetrante. Pegajoso. Un hedor que, mezclado con los calores del verano, provocaba tos, estornudos y picores de ojos. Cuando el viento de Levante soplaba, aquel tufo infernal se colaba hasta los rincones de las habitaciones más recónditas de las casas. Era como una gran bomba fétida cuya hediondez a huevos podríos cubría Almería con sus vapores. Y así un día tras otro. Desde 1965 a 1982.

Estoy seguro de que los ciudadanos más veteranos conservan en su memoria olfativa aquella horrible peste que produjo tanto malestar, irritaciones en las vías respiratorias y enfermedades. Así de nauseabunda olía “Celulosa Almeriense”, la fábrica de pasta de papel que llegó a ser la más grande del planeta. Estaba junto al antiguo Matadero Municipal, lo que hoy es el Camino de La Goleta. Pero, curiosamente, el domicilio social de la empresa estaba en la Avenida José Antonio número 27 – 5º de Madrid…

Aquella porquería que respirábamos estaba cuajada de partículas contaminantes, dañinas para la salud de la población. Pero muy poca gente conocía que nos envenenaban con ácido sulfídrico, dióxido de azufre, compuestos gaseosos organosulfurados no condensables, mercaptanos y aminas. El mal olor se producía generalmente en la caldera recuperadora de la planta y en el proceso de blanqueo. Vamos, “m” pura.

Pero tras su inauguración el 19 de octubre de 1965 por los ministros de Industria, Gregorio López Bravo (+1985), y el Sin Cartera, Laureano López Rodó (1920-2000) ¿quién iba a protestar porque olía? Además, daba trabajo estable a más de 100 obreros al principio y 230 en los años setenta, cosa que no era desdeñable en tiempos de emigración. La producción era de unas 3.000 toneladas de pasta de papel al mes. Todas iban a la exportación. Peste por divisas. Y muchas, porque el material era de gran calidad al ser fabricado con esparto y no con madera, como en otros lares.

La presión social y municipal obligó a la empresa a detener la producción hasta que no construyó un emisario propio

Al principio no hubo muchas quejas contra “Celulosa Almeriense” porque, además, entre sus gerifaltes se encontraban miembros de familias reputadas y de gran influencia social, no solo de la provincia: Pablo Cassinello Clarés (1933-2013) director; Rafael Murillo Pérez, subdirector; José María Donoso e Iribarne, fundador; Francisco de Luis y Díaz, presidente; Santiago Sánchez Ezquerra, consejero-gerente; Carlos Cifuentes y López-Quesada, vicepresidente; José Manuel de Gomendio Fiter (+2023); Manuel Álvarez Moreno; Alfredo Domenech; Vicente Roger Ortíz, químico; Augusto Arteaga García (1936-2013), jefe de personal o el ex alcalde, Emilio Pérez Manzuco (1910-1977).

El proceso administrativo para su instalación comenzó nada más acabar la Guerra Civil. El BOE del 20 de junio de 1941 publicó la petición de José María Donoso para la expropiación de terrenos, la eliminación de tasas de importación de maquinaria y la declaración de la empresa como “industria de interés nacional”. Veinticuatro años después se inauguró en el paraje llamado “Peñicas de Clemente”.

A punto estuvo de instalarse otra factoría en Adra, ya que el BOE publicó el 25 de octubre de 1962 la autorización para que José María Donoso montara en el pueblo una en nombre de “Papelera Española”.

El caso es que la industria comenzó a echar peste hace 59 años. En 1966, los promotores emitieron 50 millones de pesetas en obligaciones hipotecarias y lanzaron una importante campaña de venta en Norteamérica y Europa. El argumento se basaba en que la pasta de papel de Almería era de mayor calidad que otras porque el esparto le otorgaba unas fibras más finas, cortas y ligeras.

Con el tiempo, la fábrica necesitó comprar en Argelia más esparto porque el autóctono era escaso y mal pagado en la recolección. Los buques –La Giralda”, “La Cartuja” o “Formentor”-, venían hasta los topes desde la ciudad de Ghazaouet o desde Melilla. La presencia de motonaves en el puerto, descargando el material para La Celulosa era constante; en 1974 el 75 % de las balas de esparto era de importación. El grupo “Sarrió” estuvo a punto de quedarse con la empresa poco después de su apertura, pero la operación no cuajó.

Vertía un olor insoportable y las aguas residuales las echaba al alcantarillado, ensuciando la arena y la orilla de la playa

Aguas residuales a la arena de la playa

La peste de La Celulosa era incuestionable; pero la industria provocaba otro tipo de contaminación menos visible: las aguas residuales. La fábrica tenía unos estanques donde reposaban los elementos más pesados y el líquido sucio, pero menos denso, se tiraba al mar gracias a unas estaciones de bombeo. En 1973, ocho años después de su puesta en funcionamiento se construyó un desagüe de cinco kilómetros de longitud y 400 milímetros de diámetro que se adentraba en el mar un kilómetro y medio, a una profundidad de 10 metros. Por ahí –frente a la Urbanización de Costacabana- se vertían a 30 grados centígrados y sin depurar todas las aguas pestilentes de La Celulosa.

¿Y desde 1965 a 1973 donde se arrojaba el agua sucia? Pues al desagüe de la fábrica y de ahí al alcantarillado de la ciudad. Al final se vertía en la arena de la playa de El Zapillo. Aquello, claro, era una aberración porque saturaba las tuberías del resto de la ciudad y ocasionaba un gravísimo problema medio ambiental. Muchos almerienses –niños entonces- recordarán cómo en las playas de Las Conchas, San Miguel o La Térmica se formaba en verano una capa de espuma asquerosa, el agua olía a rayos y cambiaba su azul marino natural por un tono oscuro.

El Pleno del Ayuntamiento de 10 de marzo de 1972 instó a la empresa a parar los vertidos, cuestión que incumplió, asegurando la autoridad local que Celulosa incurría en un delito de “desobediencia a un mandato de la autoridad”, por lo que denunció los hechos en el Juzgado y al gobernador civil.

Aún se pueden comprar por la red paquetes de acciones de Celulosa Almeriense de marzo de 1975.
Aún se pueden comprar por la red paquetes de acciones de Celulosa Almeriense de marzo de 1975. / todocoleccion.net

Al final, las autoridades civiles tuvieron que parar el disparate que aquellos empresarios no quisieron frenar. El 14 de abril de 1972, el gobernador Juan Mena de la Cruz llamó a filas a los dueños de La Celulosa y los citó a una reunión con los directivos del Instituto Español de Oceanografía el biólogo Miguel Oliver Massutí (1918-2004) y Jesús Aravio Torre. De allí salió la necesidad de activar el emisario propio de la factoría y que éste lanzara sus vertidos en una lejana zona costera y con corrientes marinas para evitar el impacto a bañistas y pescadores.

La peste y el agua sucia en la playa tomó el cariz de “gravísimo problema social”. A pesar de la censura aun imperante, algunos periodistas almerienses se atrevieron a escribir y publicar del problema porque tanto olor y tanta agua contaminada clamaba al Cielo. Salieron titulares como “Problemas de vertido al mar de Celulosa Almeriense”; “El mal olor sigue constituyendo el problema más agudo de cara a la ciudad”, “sólo hemos podido oír las voces indignadas de los almerienses que clamaban en el vacío”.

El 27 de julio de ese año, al alcalde, Francisco Gómez Angulo, no le quedó más remedio que plantear de nuevo la cuestión en la Comisión Municipal Permanente. Las aguas negras seguían brotando en la arena y el presidente de la Corporación ya hablaba de “riesgo para la salud pública”; además, el uso de las tuberías municipales para evacuar los líquidos ponía en riesgo a la propia infraestructura porque podía sobrepasar su capacidad. Gómez Angulo firmó un decreto durísimo contra la empresa en el que hablaba de que “el que es causa de la causa es causa del mal causado y en consecuencia debe pagar la eliminación de la contaminación”.

El ingeniero de Caminos Eduardo Arena Romero fue el encargado de firmar el proyecto del nuevo emisario, que fue presentado en el Ministerio de Obras Públicas el 7 de agosto de 1972. Mientras se tramitaba el expediente del desagüe, el consejo de administración tomó la decisión de suspender la producción de pasta de papel. Es decir, paró la fábrica. Poco después de solventarse la cuestión de las aguas, el 28 de julio de 1973, el presidente del consejo de administración de la empresa, el periodista Francisco de Luis y Díaz, falleció.

Con nueva patronal, -Banca López Quesada- Celulosa Almeriense siguió operativa hasta 1982, pero aquello terminó de la peor forma posible. Como empresa, quebró y 192 trabajadores tuvieron que depender del Fondo de Garantía Salarial tras “secuestrar” al director; aquel conflicto hizo venir a Almería al dirigente sindical Marcelino Camacho. Y como fábrica abandonada, los almerienses tuvimos que aguantar durante muchos años sus ruinas destartaladas llenas de ratas, excrementos, basura y mal olor. Casi como un homenaje a aquel pestazo que nos atosigó tantos años. Por fin, a las 17,31 horas del 1 de marzo de 1988, 25 kilos de “goma 2” finiquitaron con aquel emblema industrial y de sufrimiento.

stats