Desconocidos | Crítica

The power of love

Paul Mescal y Andrew Scott en una imagen del filme de Andrew Haigh.

Paul Mescal y Andrew Scott en una imagen del filme de Andrew Haigh.

Hay una hermosa y sugerente idea en el epicentro de esta Desconocidos destinada a ser la película gay de la temporada: el hijo adulto (extraordinario y trémulo Andrew Scott) visita a sus padres (Jamie Bell y Claire Foy, no menos emocionantes) ya fallecidos en la casa de la infancia para entablar con ellos una conversación y un diálogo sobre todo aquello que nunca se dijeron y sobre la identidad y el dolor de ese hijo ahora en plena crisis. Una idea que tal vez le hubiera gustado a Terence Davies.    

Partiendo de la novela de Taichi Yamada, Haigh (Weekend, 45 años) instala así su filme en un territorio fantasmal de ambigüedad y confesión donde el contrapunto de la historia de amor con un vecino solitario (Paul Mescal) de la misma torre en las afueras de la ciudad (nocturna) funciona como catalizador de ese proceso de duelo entre imágenes en tonos cálidos, canciones tristes de los ochenta y una cercanía de la cámara que traducen el aire susurrante, confesional y próximo de cada secuencia.

Ambas tramas fluyen, se relevan y se funden sin necesidad de explicaciones en un delicado ejercicio tonal que nos deja pasar de una a otra sin solución de continuidad. La intimidad física de la pareja despierta la evocación del reencuentro imaginario con los padres y la infancia, y la aceptación de la identidad se abre paso como catarsis sanadora.

Tal vez por eso el filme no necesitaba de esos golpes de efecto de su tramo final que lo recolocan como una fantasía doble y trágica, incluso aunque haya borrado ya esa condición de metarrelato tal vez salido de la imaginación de un narrador en pleno proceso creativo.