Matusalén | Crítica

Domesticación de lo 'chanante'

Julián López, rapero cuarentón de regreso a la universidad.

Julián López, rapero cuarentón de regreso a la universidad.

Es una verdadera desgracia que algunos de los mejores cómicos nacidos de aquel post-humor chanante se hayan acomodado y auto-domesticado en los tipos, las formas y moldes más caducos de la comedia industrial española para las masas.

En esta ortopédica Matusalén tenemos hasta tres de ellos (añadan a Cimas y Areces) con un Julián López al que los protagonistas no se le sientan demasiado bien, tal es la naturaleza más bien episódica y marginal que su pide su tipo de bufón contemporáneo de la inmadurez.

Muy lejos ya de aquel glorioso ‘Juancarlitros’ de No controles y más cerca de su papel recurrente y blanqueado de títulos como Perdiendo el Este, Operación Camarón u Ocho apellidos marroquís, López asume aquí el rol del macho desfasado y nostálgico de la cultura urbana del rap que aspira a reciclarse y emanciparse entre el empuje de las nuevas generaciones, una familia y unos padres esperpénticos (Resines y Barranco), una universidad delirante y un viejo amor de juventud (Miren Ibarguren, con un personaje muy por debajo de sus prestaciones) con sorpresa incorporada.

David Galán Galindo (Orígenes secretos) no encuentra nunca el tono, el camino y el ritmo para una comedia que pide más excesos, toca demasiados palos y se abre en demasiados frentes y personajes satélite que desvirtúan y alargan la función en aras del cameo estelar para que su película funcione al menos como paródica crónica de un país sin demasiado ánimo de salir de su costumbrismo infantiloide.