LA CONSULTA DEL ESPECIALISTA

Un guerrero en el jardín

  • En tres semanas correré la carrera más dura, pero a la vez más excitante a la que me he enfrentado: La Desértica

  • Son diferentes los motivos que le llevan a una persona a desafiar su límite

Imagen de la edición del pasado año

Imagen de la edición del pasado año / D.A.

Cada vez que abrimos los ojos al despertarnos, nos enfrentamos a mil situaciones que nos ponen a prueba. Cada día nuevos retos se abren ante nosotros, testando la resistencia mental, la fatiga o el cansancio. Hay dos maneras de enfrentarse a esos desafíos: quedándonos en la zona de confort, sin complicarnos la vida, el camino fácil y recto. Quédate durmiendo. O la otra manera: apretar los dientes, apelar a la fuerza de voluntad y levantarnos con ganas, energía, y enfrentarnos a esos miedos, preocupaciones o inquietudes que todos tenemos. Levántate, ponte las pilas, busca un reto y lucha por conseguirlo.

Una vez escuché a una oradora decir: "la vida es dura, o te compras un casco o la miras de frente y la abrazas con fuerza". Yo prefiero lo segundo. Quizás es lo que me impulsa a levantarme temprano cada mañana a hacer ejercicio, a preparar mi cuerpo y mi mente para lo que venga. Hay que estar preparado: es mejor ser un guerrero en un jardín que un jardinero en una guerra. En tres semanas correré la carrera más dura, pero a la vez más excitante a la que me he enfrentado: La Desértica. Un reto en toda regla para el que llevo mentalizado varios meses y que está a la vuelta de la esquina.

¿Qué lleva a una persona a desafiar el límite hasta ese punto?

Sobre todo, hablando de aquellos deportistas populares que roban horas al descanso, a la familia o a los amigos para salir a entrenar, teniendo familia y trabajo, y dedicándose como hobby al deporte. No sabemos qué es lo que empuja al ser humano a exponerse de tal manera buscando el superarse y romper límites, barreras, números, tiempos, que se antojan imposibles de batir. ¿Reconocimiento personal? ¿Adicción a la adrenalina? ¿Inconformismo? ¿O quizás colgar en Facebook una foto conmemorativa de la hazaña?

Hay algo dentro de la mente humana que es lo que activa el cuerpo, nos hace levantarnos y buscar más; más emociones, más kilómetros, más dificultad, más nivel... Siempre se busca más. Cuando se empieza a hacer ejercicio, cada vez caminamos más rápido y más lejos. Si el ejercicio es nadar, más de lo mismo. Siempre con ese adverbio como protagonista: más. Desde el atleta más popular al más profesional, todos buscamos más, eso es sinónimo de mejor. Sin embargo, creo que la mayoría de las personas somos muy conscientes de lo que somos y hasta dónde podemos llegar. Conocemos nuestras limitaciones y dónde está esa línea roja que supone la frontera de nuestra capacidad, tanto física como mental.

Con cada salida en bici, travesía de natación o entrenamiento matutino, vamos alejando cada vez más esa línea roja hasta el punto de exigir y poner a prueba nuestra fisiología, a veces, hasta el extremo. Una vez le preguntaron a R. Messner, el mejor escalador de todos los tiempos, primer hombre en coronar los catorce ochomiles, qué le impulsaba a alcanzar la cumbre a toda costa a pesar de que en ella podía estar esperándole la muerte; de hecho, su hermano menor murió tras ascender juntos el Nanga Parbat, su primer ocho mil. Su respuesta fue: "cada vez que veo una pared en la montaña, supone un desafío que me impulsa a escalarla. Confío ciegamente en mis posibilidades y mi capacidad". Y empezó subiendo montañas muy pequeñas del sur del Tirol, de donde es oriundo. Progresando y mejorando su capacidad y habilidad, aderezado por un don innato para la escalada, se ha hecho el más grande de la historia en su disciplina.

Cada vez son más personas las que se inscriben a carreras populares según su capacidad y nivel, ya sea la San Silvestre con sus seis kilómetros, o diez. Los más atrevidos se lanzan a por la media maratón o a imitar a Filípides y Tersipo, buscando completar los 42’195 kilómetros tan místicos y que convertirán al que los superar en maratoniano. Sin embargo, me llama la atención que cada vez se buscan pruebas más duras, de mayor desnivel, distancia y sufrimiento, el ultrafondo. Correr por montañas, valles, cordilleras durante uno o varios días enteros, el más difícil todavía, 70, 101 kilómetros...

Lo mismo se puede decir con otras de mis pasiones, el triatlón. Ya no nos conformamos con completar una distancia sprint u olímpica; ya vamos a la distancia suprema, la distancia ironman. Convertirse en un atleta de hierro es el objetivo y el espejo en el que nos miramos la mayoría de los que coincidimos en la piscina con el gorro de algún triatlón completado o de los que nos saludamos en alguna recta, plenamente acoplados con la máquina.

¿Cómo será correr una maratón, compartir la salida con miles de personas que tienen la misma aspiración? ¿Qué se siente al estar a punto de entrar en el agua con cientos de personas para nadar casi cuatro kilómetros, montar en bici 180 kilómetros y luego una maratón? ¿Qué se le pasa a uno por la cabeza? Todos anhelamos convertirnos en finisher. Es un término algo cursi, un anglicismo más que se ha importado de puntillas por nuestra cultura y que ya se tiene plenamente asimilado. En nuestro idioma no encontramos una palabra que tenga un significado tan exacto y que diga tanto. Detrás de esas ocho letras se esconden horas de entrenamiento, de risas, de apretar dientes, de amaneceres o atardeceres, de soledad o de compañía, de superación, de sacrificio, de mejora, de alegría, de sueños, de retos; litros de sudor, de detergente y suavizante, de bebidas isotónicas; kilos de grasa evaporados por arte de magia, de barritas energéticas consumidas, de cereales, de pasta...

Todo ello cobra sentido cuando se cruza la línea de meta del objetivo que nos hayamos propuesto, por modesto que haya sido. La sonrisa de alivio, de los deberes hechos, el abrazo con aquellos con los que hemos compartido ese entrenamiento, con nuestras familias que son las que han aguantado estoicamente nuestro cansancio, las agujetas, las horas de ausencia, el mal humor cuando no hemos podido salir a entrenar. Sin el apoyo de nuestros seres queridos, ninguno de esos proyectos se podría llevar a cabo. Esa medalla también es para ellos, es de ellos.

Cualquier objetivo debe poder ser alcanzado siempre y cuando haya voluntad de superación y sacrificio. Sólo hay que soñar con ello y ponerse manos a la obra. Además de la preparación física para la prueba que uno se proponga, la psicológica es tan o más importante. Esa fuerza mental que es la que te empuja cuando las piernas ya no pueden más, esa capacidad que martillea en la cabeza al grito de "¡no te pares, sigue!" y esa fuerza de voluntad para ir a entrenar cuando todavía estás dolorido de la sesión de entreno del día anterior.

Esa mente que todo lo puede, para la que no hay montaña demasiado alta o clima excesivamente frío, o dolor incapacitante que nos haga abandonar. El deporte de sacrificio está de moda. Cada practicante puede explicar sus motivos. Los míos, el sacrificio te hace mejor y más fuerte. Quiero ser el guerrero en mi jardín.

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