Cultura

Estudios sobre el paisaje

  • El arquitecto Roberto Luna presenta en el Espacio MD8 varias series fotográficas que ofrecen distontos puntos de vista sobre las experiencias de inmersión en la naturaleza

Algunos estudiosos afirman que hay un punto cero del paisaje, un tiempo inicial en el que se multiplican y suceden desordenadamente las sensaciones sin que parezcan seguir pauta alguna. Es un momento de inmersión: el entorno natural, más que extenderse o presentarse ante los ojos, rodea al cuerpo, lo invade y más que dejarse ver se hace sentir. Más tarde, el cuerpo inteligente traza ciertas relaciones con lo que le rodea y emerge así eso que solemos llamar paisaje. No es ni mapa ni escenografía, porque no reduce el entorno natural a territorio planificado ni a anécdota pintoresca, sino que lo convierte en un fragmento de mundo en el que cuerpo y naturaleza se interrogan mutuamente. Puede que en este diálogo tenga especial importancia el tiempo. Otras veces lo protagonizan calidades anteriores al color, que con frecuencia pasan desapercibidas: la dureza de unas rocas, el grano de la tierra labrada, la humedad que dejan tras de sí la pleamar al retirarse. En cualquiera de estos casos, el paisaje es forma, esto es, orden que no domina ni somete, sino que deja hablar a la naturaleza o mejor, respeta su silencio.

Creo que estas son las características de las fotografías del arquitecto Roberto Luna. Una de sus series, Día a día, se construye de acuerdo a la cadencia de un diario. Desde el mismo lugar y a la misma hora, fotografía en días sucesivos el mismo entorno. Es una estrategia que han seguido autores conceptuales, como Sol Lewitt, pero Luna no quiere limitarse a señalar el paso del tiempo sino que le interesan las modificaciones de la forma producidas por las alternancias del clima: la niebla que oculta el horizonte, una mancha de luz sobre la superficie del agua, la calma del color en un día claro que perfila los montes al otro lado de la bahía. No parece casual que en estas imágenes el horizonte, definido por las suaves cumbres de esos montes, ocupe el eje de simetría horizontal de la imagen: es la visión de quien observa cuanto ocurre entre cielo y tierra.

Un punto de vista diferente define la serie Nivel. El horizonte en este caso se eleva porque la mirada se concentra en la superficie de la tierra. Es ahí donde aparece la textura recia de las rocas volcánicas, la arena lisa de la bajamar, el suave fruncido de las olas, la marisma cuarteada por la sequedad del verano o las diferentes calidades que la luz deja en una tierra de labor, según la distinta dirección del arado. El ojo de la cámara, en estos casos llega más lejos que el del fotógrafo y muestra colores y matices insospechados que salen a la superficie negando la presunta uniformidad de la tierra. Nivel es una serie estrechamente relacionada con la pintura: la definición que consigue la cámara digital la apreciará sobre todo la mirada que, ejercitada en la pintura, se aventura entre matices de colores y luces, y los valora por encima de narraciones o figuras.

En la serie titulada Cota cero, que vuelve a hacer coincidir el horizonte con el eje de simetría horizontal, lo decisivo a primera vista es el orden geométrico. Una de las fotografías recoge un solitario almacén que parece aislado en medio de las aguas de las marismas del Guadalquivir. Se recorta entre cielo y tierra, como un firme prisma alojado en el segmento menor de la sección áurea de la horizontal de la imagen. Otra foto se centra en un lomo de tierra que separa la marisma del río: forma así un largo y sólido triángulo que deja a cada lado sendos trapecios líquidos, aguas embalsadas, calmas, a la derecha y a la izquierda, las que agita suavemente el discurrir del río. Pero quizá no sea la geometría el protagonista final de estas imágenes. El equilibrio que promueven las ordenadas figuras subraya paradójicamente el temple cósmico de las fotografías. Por eso recuerdan a los paisajes que la cámara de Richard Misrach recogió hace treinta años en los desiertos de Mojave (California) o Black Rock (Nevada), y prolongan las vistas que antes, en los años 70, tomó el propio Roberto Luna de las riberas del Guadalquivir.

Desde que la fotografía dejó de pretender ser émula de la pintura y comenzó a rastrear las posibilidades artísticas que por sí misma podía generar, se abrieron nuevas perspectivas en el paisaje: las nubes fotografiadas por Stieglitz con la cámara estrictamente paralela al cielo o los brotes tempranos, casi microscópicos, de ciertas plantas en los que se ejercitó Blossfeldt son otras tantas muestras de esas novedades. Hoy los procedimientos digitales abren otras posibilidades: indagan otros aspectos de cuanto queda más allá del umbral de la vista. Sobre esta base técnica trabaja Roberto Luna. Una exploración fecunda que sin duda tiene que deparar aún nuevos frutos.

Roberto Luna. Espacio MD8 (Madre de Dios, 8), Sevilla. Hasta el 21 de abril.

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