Cultura

Julio Ruiz convence con ‘Azul como la piel del melocotón’, su nuevo espectáculo

  • El Auditorio Maestro Padilla recibió el estreno absoluto de una de las propuestas más personales del bailaor nacido en Almería

Julio Ruiz sobre las tablas del Maestro Padilla en el estreno de su nuevo espectáculo.

Julio Ruiz sobre las tablas del Maestro Padilla en el estreno de su nuevo espectáculo.

A sus 27 años, más de 20 años en los escenarios le contemplan. Desde que, siendo un niño de cinco años, Julio Ruiz actuara en el circuito hostelero de Roquetas de Mar, debutara en el Maestro Padilla a los siete años y apareciera en el programa Veo, Veo poco después, el bailaor almeriense no ha dejado de crecer en su trayectoria, con numerosos premios, con varios espectáculos de los que ha sido protagonista hasta que el viernes compartió la más personal y arriesgada de sus propuestas: Azul como la piel del melocotón. El Auditorio fue testigo del estreno absoluto de un montaje nacido como liberación de las emociones acumuladas durante el confinamiento, dirigido por Ernesto Artillo, que puso el hilo conductor y guión a toda esa necesidad expresiva de Julio.

Quien viera en los carteles el nombre de Julio Ruiz y esperara la típica tanda de palos flamencos contados con más o menos lirismo o más o menos pureza o contemporaneidad se vería sorprendido por el apabullante ejercicio sinceridad catártica con la que el roquetero quiso desnudarse en cada una de las secuencias de un montaje tan crudo y tosco en la escenografía, como impactante y efectista en cada uno de los juegos de luces y pequeños elementos que iban sumando matices a las emociones descarnadas con las que Julio se fue mostrando.

No es habitual que un bailaor desarrolle su propia infancia en un atril, pero ese es el arranque de Azul como la piel del melocotón. Un discurso en el que pasa por los primeros recuerdos con su madre, su padre, su abuela ‘la Pepereta’, sus inicios en el baile con su compañera Minerva, con la que bailó durante años, incluido el paso por Veo, Veo, que emuló a la vez que se proyectaba en la pantalla. Un camino repleto de ‘honestidad brutal’, como el título del cenit compositivo en lo mainstream de Andrés Calamaro, que incluyó pasajes de bullying, de soledad, de comprensión a las cosas más ingratas de la vida pero también de interiorizar la decisión de querer cambiarlas. En la música, por tanto, hubo bastante flamenco, no en vano se contó con grabaciones de nombres conocidos como Antonio Campos, Cristo Heredia o David Caro, pero tampoco faltó una mirada de recuerdos como fragmentos de sevillanas de El Potito, el ‘Pasodoble de Roquetas’ de Ángel Manuel, y también bizarras inclusiones de Upa Dance, música disco o David Bisbal.

Y Toña La Negra, con su Azul, el color favorito de Julio que sirve como camino de baldosas hacia el terreno de la libertad creativa que le supone la expresión corporal, el viernes torrencial y sin cánones ni patrones.

Un azul fantástico, como el de la gran sorpresa final, por alegrías, con la pared del Auditorio abierta, bailando con el cielo de telón y una ciudad que se asomó al relato confesional de un artista que sigue sin encontrar techo ni límites.

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