Festival de Vélez Blanco

Miguel, un músico ciego que toca de memoria miles de canciones y decenas de instrumentos

  • Un problema al nacer lo dejó ciego y con movilidad reducida, pero la música le cambió la vida

  • Miguel Alcantud ha recibido un regalo muy especial por su 40 cumpleaños: asistir al curso de orquesta barroca de Vélez-Blanco

Miguel Alcantud tocando el piano.

Una alumna toca un violín. Otra frota las cuerdas de su violoncelo. Aarón Zapico, el director del curso de orquesta barroca, toca el piano. A su derecha, en una silla, Miguel Alcantud Rubio mueve la cabeza al ritmo de la música, con los ojos cerrados. La analiza, la siente, la vive.

Para Miguel la música lo es todo en la vida. De pequeño sus padres decidieron usarla como terapia para estimularlo tras sufrir graves daños en el parto. “Nací prematuro y hubo problemas en la incubadora; estuve un día entero sin entubar y cuando me pusieron el oxígeno me quemaron los ojos y quedé ciego”, cuenta. A eso hay que añadir que también tiene movilidad reducida, por lo que precisa de ayuda para caminar. “Le dijeron a mis padres que sería una suerte si al menos podía reconocerlos”, recuerda. Eso fue hace 40 años. Ahora su vida es todo un ejemplo de superación.

Miguel es uno más de los alumnos del curso de Orquesta Barroca en el Festival de Vélez Blanco. Sus amigos lo matricularon por sorpresa como regalo por su 40 cumpleaños. “Verlo cada día con la la alegría que desprende es un regalo y un chute de energía”, admite su profesor. Durante el curso Miguel toca el clave (y el piano), aunque en realidad maneja casi todos los instrumentos: “su casa está llena de ellos”, asegura su amiga Lola. De hecho, con tan solo dos años ya dio su primera muestra de un talento especial: estaba tumbado sobre una alfombra, porque ni siquiera podía tenerse en pie, y tenía uno de esos pianos para niños. En la televisión sonó la música de un anuncio y él tecleó el instrumento y la reprodujo a la perfección.

Miguel Alcantud tocando el piano en la clase de la academia de Vélez-Blanco. Miguel Alcantud tocando el piano en la clase de la academia de Vélez-Blanco.

Miguel Alcantud tocando el piano en la clase de la academia de Vélez-Blanco. / Javier Alonso

Hoy es capaz de tocar multitud de instrumentos. “Mejor que preguntar qué es lo que sabe tocar, la pregunta es qué es lo que no sabe”, dice su amiga que lo acompaña durante su estancia en el festival. El piano, el arpa, el cajón flamenco, el acordeón, todo tipo de percusión. Y es que hay pocas cosas que se le resistan. Bueno, sí, hay una: la guitarra. “Por mi discapacidad, no tengo habilidad en una de las manos para poder tocarla, pero sí que puedo con el arpa, por ejemplo”, asegura. De hecho, algunas arpistas han ido a casa de Miguel para aprender técnicas complejas.

Pero a pesar de su talento innato, Miguel no lo ha tenido nada fácil para aprender música. Le negaron la entrada al Conservatorio de Cartagena, su ciudad natal, y se ha encontrado con muchas trabas por su discapacidad. Pero tiene claro que su máxima en la vida es que “quien quiere, puede”. Y como nunca se rinde, aprendió por sí mismo, manoseando todos los instrumentos que llegaban a él. De hecho, ha desarrollado tal destreza que puede reconocer el tipo de madera de un instrumento tan solo con su tacto y su olor.

Pero lo más impresionante de Miguel es su capacidad para memorizar cientos, incluso miles de canciones. No necesita partitura. De hecho, las partituras en braille son muy complejas, pues precisan del uso de las dos manos para leerlas y, después, memorizarlas. “Prefiero aprender las canciones de oído, porque yo solo puedo leer con una mano y además hay símbolos que se parecen mucho a letras, es muy lioso”, explica. Y para ello cuenta con una ventaja, eso que llaman oído absoluto: la capacidad de reproducir una melodía escuchada una sola vez y de identificar notas musicales de forma aislada, así como los tonos de una composición musical. Una cualidad no muy común que Miguel posee.

Miguel con su amiga Lola, que lo acompaña durante el curso. Miguel con su amiga Lola, que lo acompaña durante el curso.

Miguel con su amiga Lola, que lo acompaña durante el curso. / Javier Alonso

A pesar de que Miguel posee una vasta cultura musical, durante toda la semana ha estado aprendiendo de sus compañeros de curso y de su profesor, Aarón Zapico, al que admira desde hace muchos años. “Lo sigo desde que empezó con Forma Antiqva”, admite. Participa en todos los cursos que puede porque “uno solo termina de aprender cuando se muere”. Pero también Zapico se ha ilustrado con los conocimientos de Miguel. De hecho, durante los ensayos le pedía que valorase las actuaciones, aportando ideas para mejorarlas.

A lo largo de su vida Miguel Alcantud ha tocado con multitud de formaciones, desde un ensemble cuando estaba en el instituto hasta bandas de música o grupos celtas y barrocos. Su pasión por la música es tal que no falló a un actuación ni siquiera después de una sesión de más de seis horas de quimioterapia: “era en el auditorio de Murcia y ahí no se toca todos los días”, explica. Tras superar un cáncer —otra piedra más en su camino—el tratamiento le hizo perder sensibilidad en las manos, pero eso no le ha impedido continuar tocando.

Miguel superó un cáncer pero el tratamiento le restó sensibilidad en las manos

Miguel es un ejemplo de vida, no solo por todo lo que ha conseguido a pesar de las dificultades, sino también por su optimismo vital. “Estoy muy agradecido a la vida y a la familia y amigos que tengo, porque son de platino”, dice girando la cabeza hacia el lugar de donde proceden las voces de Lola y Juanlu, sus infatigables acompañantes que lo ayudan a desplazarse cada mañana a clase y cada noche a los conciertos.

Para Miguel, lo más importante en la vida es el arte. No entiende las guerras, las disputas, los problemas que los humanos nos creamos, más allá de los propios que ya nos vienen dados. Cree que si todos tomásemos el arte como guía en nuestra vida nos iría mucho mejor. Él lo hizo y se ha convertido en todo un ejemplo. Y en un músico, excelente, por supuesto.

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