Scarlatti, el alquimista
Mapa de Músicas | Alessandro Scarlatti. 300 años
El tercer centenario de la muerte de Alessandro Scarlatti está sirviendo para impulsar la difusión de una figura esencial de la música barroca
Desde este retrato conservado en el Museo de Instrumentos del Conservatorio de Nápoles, un Scarlatti joven nos mira con orgullo, con un punto de arrogancia, con ese aire altivo que solo pueden permitirse quienes saben lo que valen. Es un rostro ovalado, de cejas firmes, labios apretados y mirada intensa. No hay en él ternura ni modestia: hay conciencia de estar llamado a algo grande. Y no se equivocaba. Alessandro Scarlatti (1660–1725) fue una de las mentes musicales más fecundas y audaces de su tiempo, un compositor que exploró incansablemente los recursos expresivos de la voz y los combinó con una imaginación armónica y formal que, aún hoy, sigue causando asombro.
Murió en Nápoles hace ahora tres siglos, tras una vida enteramente entregada a la música. Compuso, enseñó, dirigió, viajó. De Palermo a Roma, de Florencia a Venecia, de Nápoles a Viena, sus obras circularon en manuscritos copiados una y otra vez, reclamados por teatros, capillas y mecenas. Scarlatti no solo formó parte de la vida musical de su época: fue uno de sus motores. Su huella se proyectó con especial fuerza en la música vocal italiana, pero su influencia alcanzó también la música instrumental, la pedagogía y el desarrollo de un nuevo ideal expresivo que dejó su marca en toda Europa.
Con más de ciento diez óperas –muchas de ellas perdidas o parcialmente conservadas–, una producción vastísima de cantatas, oratorios, misas, motetes, piezas instrumentales y música de cámara, su obra constituye uno de los pilares de la música barroca italiana. Y, sin embargo, su figura sigue hoy en gran medida en la penumbra, ensombrecida por otros nombres más mediáticos o mejor integrados en el canon, incluido el de su propio hijo Domenico. A menudo citado como precursor, como padre de un estilo o iniciador de una escuela, Scarlatti ha sido más admirado que escuchado. Este aniversario ofrece una oportunidad para devolverle voz y cuerpo, para volver a la música misma y redescubrir en ella su potencia inagotable.
Scarlatti se formó entre Sicilia y Roma, donde en 1679 obtuvo su primer cargo relevante como maestro de capilla en San Giacomo degli Incurabili. Poco después, entró al servicio de la reina Cristina de Suecia, figura clave de la vida cultural romana, y ya en 1684 fue nombrado maestro de la Real Capilla en Nápoles. Tenía solo veinticuatro años. En esa ciudad, entonces bajo dominio español, empezó a consolidarse el estilo que hoy conocemos como napolitano: una forma de ópera más directa, también más virtuosística, en la que las arias da capo ganaban peso como vehículo expresivo y se estilizó el equilibrio entre voz y acompañamiento. Scarlatti no fue su único arquitecto, pero sí su gran modelador: en sus manos, las convenciones se convirtieron en un laboratorio expresivo de primer orden.
Pero no se puede reducir a Scarlatti a la ópera. Su obra vocal sacra, profana y de cámara ofrece algunos de los ejemplos más sutiles del barroco italiano. Sus cantatas, compuestas muchas veces para círculos privados y ejecutadas en espacios reducidos, constituyen verdaderas joyas de miniaturismo dramático. Los recitativos –auténticos monólogos teatrales– se alternan con arias de gran virtuosismo o delicadeza, en un equilibrio magistral entre forma y emoción. En este terreno, más que en ningún otro, aparece el Scarlatti alquimista: ese compositor que transforma afectos y formas conocidos en algo nuevo, imprevisible, irreductible a norma. Lo que en otros autores es fórmula, en él se convierte en revelación.
Su producción instrumental, aunque menos influyente que la de otros contemporáneos como Corelli o, más adelante, Vivaldi, no carece de interés. Las toccatas para clave y algunas sonatas para violonchelo y bajo continuo revelan el mismo impulso expresivo que anima sus cantatas, con momentos de audaz invención y un claro dominio de la retórica musical. No fue un innovador en este terreno, pero supo aplicar su sensibilidad vocal a las formas instrumentales, dotándolas de un lirismo y una teatralidad que las alejan del mero ejercicio académico. En sus mejores páginas, la línea melódica parece aún estar pronunciando palabras no escritas.
Afortunadamente, este tercer centenario está sirviendo para que su música se escuche con más frecuencia y atención. Sevilla, ciudad históricamente tan conectada con Nápoles, acogerá este verano y otoño varios conciertos que giran en torno a su figura. El 28 de agosto, el Dardanus Ensemble ofrecerá en las Noches en los Jardines del Real Alcázar un programa titulado Amor y tormento, centrado en cantatas, arias y piezas instrumentales de Scarlatti y sus contemporáneos. Dos meses después, el 25 de octubre, el conjunto Concerto 1700, dirigido por Daniel Pinteño, ofrecerá en el Espacio Turina la serenata Il Giardino d’Amore, también conocida como Venere e Adone, compuesta para dos voces y conjunto instrumental. Se trata de una refinada alegoría amorosa en la que Scarlatti despliega con maestría su arte del diálogo dramático, alternando recitativos cincelados con arias de exquisita invención melódica.
Este mismo programa se presentará también en Madrid, un día antes, dentro de la temporada 2025-26 del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM), que ha querido rendir homenaje al compositor con un ciclo monográfico que incluirá once conciertos por media España dedicados a su música vocal e instrumental. Entre las citas más destacadas figura Mitridate Eupatore, tragedia en música en cinco actos estrenada el 5 de enero de 1707 en el teatro San Giovanni Grisostomo de Venecia, que será rescatada ahora por Vespres d’Arnadí en el Auditorio Nacional el 19 de octubre; el oratorio Il martirio di Santa Teodosia, que Al Ayre Español, el conjunto de Eduardo López Banzo, presentará en León el 8 de diciembre; y Colpa, pentimento e grazia, oratorio estrenado en la Semana Santa romana de 1708, apenas cuatro días antes que La resurrezione de Haendel. Esta obra, grabada hace años por la Orquesta Barroca de Sevilla justamente bajo la dirección de López Banzo, resurge ahora de la mano del conjunto Los Elementos, que la traerá al FeMÀS el 27 de marzo, antes de repetirla dos días después en Madrid.
Gracias a esta programación, el nombre de Scarlatti dejará de ser, aunque sea por un tiempo, una simple nota al pie. Volverá a sonar en iglesias, auditorios y jardines; volverá a emocionar a oyentes de hoy como lo hizo con los del siglo XVIII. No como una reliquia, sino como una voz viva. Porque en Scarlatti hay algo que resiste al tiempo: una forma de entender la música como materia dúctil, como sustancia en transformación. Una alquimia sonora que, tres siglos después, sigue ejerciendo su embrujo.
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