Francisco Serrano: “Uno escribe siempre desde el presente, esté a favor o en contra”

El autor se adentra en una célula anticapitalista de los 70 en 'El corazón revolucionario del mundo', la novela con la que ganó el Premio Tusquets.

La “inventiva” del extremeño Francisco Serrano conquista el Premio Tusquets

El escritor Francisco Serrano (Guareña, Badajoz, 1982). / Juan Carlos Vázquez
Braulio Ortiz

18 de noviembre 2025 - 06:30

Hace unas semanas, el autor extremeño Francisco Serrano ganó el Premio Tusquets, pero tanto al galardón como a la editorial les sonrió igualmente la fortuna con un narrador imprevisible y generoso que convierte cada libro en una aventura, como había demostrado con sus incursiones en la ciencia-ficción e incluso el western en propuestas como Perros del desierto o En la costa desaparecida. En El corazón revolucionario del mundo, la obra que ha supuesto su consagración y que presentará hoy en Sevilla –a las 19:00, en la librería Casa Tomada, donde estará acompañado por otra Premio Tusquets, Silvia Hidalgo–, Serrano traslada a los lectores a un piso franco en el Londres de los 70 y a una célula anticapitalista a la que llega Valeria, hija de un exiliado español que se enfrenta a su idealismo mientras un vértigo entre la irrealidad y desconcierto –el mismo que sentiría Valentina Tereshkova, la primera mujer astronauta– se va apoderando de ella.

Pregunta.–Habrá respondido ya en varias ocasiones a esta pregunta, pero ¿qué le atraía exactamente de una célula terrorista?

Respuesta.–Yo ya tenía el interés por la época, y eso acabó cristalizando en una novela. Me atraía mucho el tema del internacionalismo, de estos movimientos terroristas que tenían un idealismo tan absoluto. Por ejemplo, me resultaba curioso que más allá del socialismo y el marxismo se comprometieran con el panarabismo, era gente europea que luchaba por la independencia de estados de Oriente Medio. A mí esa manera de intentar alcanzar el mundo por completo me parecía muy curiosa.

P.–El líder del grupo se comporta como un mesías. A menudo, la política y la religión acaban confundiéndose...

R.–La forma en que Valeria entra en este grupo se parece más a la manera en que alguien es captado por una secta, persuadido por un gurú, que a la determinación de alguien con unas fuertes convicciones políticas. Ella se queda huérfana muy pronto, y en ese desamparo material se engancha a este hombre, Joel, que se comporta como un mesías. Algo que yo notaba es que a partir de cierto nivel de complejidad y de abstracción el pensamiento político empezaba a volverse un poco esotérico, desplegaba un vocabulario específico, con ritos de iniciación, y dinámicas propias de religiones mistéricas.

P.–Joel le dice a Valeria que “los enamoramientos, las fascinaciones” son frecuentes en ese entorno.

R.–Cuando yo leía sobre la época me encontraba con que había muchos tiempos muertos en las historias. Una persona, después de cometer un atentado, huía a otra zona y estaba dos meses oculta y luego reaparecía. ¿Qué harían estos tipos en esos dos meses? En la clandestinidad, sin poder moverte demasiado, hay una cotidianidad en la que afloran rencillas, atracciones, enamoramientos, enfados. A veces nos repele descubrir que quienes recurren a la sangre no son monstruos sin fisuras, nos cuesta imaginar que luego se van a su casa, hacen sus vidas normales. Sus relaciones son iguales que las nuestras, pero están atravesadas y distorsionadas por esa violencia constante en la que viven.

P.–La situación de África está entre los temas de conversación de sus personajes. Su novela pone sobre la mesa muchas reivindicaciones y demandas de entonces que siguen pendientes...

R.–Uno escribe siempre desde el momento que habita, a favor o en contra. Mi fascinación por esa época está condicionada por el panorama que tenemos ahora. La novela me ha permitido repensar muchos de los conflictos que se esbozan y se presentan en la obra, y está claro que no se han solucionado. Pero intento resistirme a caer en una sensación pesimista: pese a que la Historia se repite siempre hay margen para resistir y pelear. Eso le ocurre a Valeria, que transita desde la sumisión al líder en la que estaba al principio hasta otro punto más realista y pragmático en el que teje redes y empieza a tener relaciones igualitarias.

“La novela me permitió repensar muchos de los conflictos de los 70 y ver que no se han resuelto”

P.–Entre los escenarios está Averoigne, una zona de Francia... que inventó el autor estadounidense Clark Ashton Smith.

R.–No tengo ni idea de cómo se pronuncia ese nombre, el de Averoigne, porque yo sólo lo he leído [ríe]. Al contrario que en otras novelas mías en las que el marco inicial era abiertamente de género, y yo luego usaba eso para contar otro tipo de cosas no tan ligadas a estos moldes, ya fuese un western o ciencia-ficción o lo que fuese, en este libro me apetecía que el marco fuera realista y que te ubicase en un tiempo muy concreto y en un espacio determinado. Que el lector se topara con el letrero de Francia, o Londres, 1970, y que supiese de qué se está hablando, que nada le evocase nada extraño ni mágico. Pero que después fuéramos a una zona de Francia que no existe. Yo tomé eso como un juego literario para insuflar, dentro del realismo, los otros géneros que me gustan: el terror gótico, el horror cósmico... Porque el atentado que preparan se plantea como una película de atracos, con una banda donde cada uno tiene un rol distinto: está el falsificador, el que consigue las armas, el matón, el señuelo... Y yo quería, porque es mi debilidad, irme al terror y que apareciera una bruja, con cierta ambigüedad porque Valeria Letelier tiene un mundo interior muy elaborado y se percibe como una cosmonauta. El lector puede elegir si quiere creerla. ¿Está hablando con una momia del pantano, o Valeria está teniendo una conmoción cerebral? Yo puedo tener una opinión, pero la novela es deliberadamente ambigua.

P.–Una compañera le recrimina a Valeria que lea novelitas de misterio: la literatura de interés, argumenta esta mujer, es la que trata temas importantes. Con sus libros anteriores, usted procuró ensanchar los límites de esa definición tan estricta...

R.–Me parece que todo lo que escriben los seres humanos expresa algo de las personas, sin necesidad de que sea un texto que busque la excelencia. Si lo vemos así, ya todo empieza a ser válido. Pero también me atrae ese aspecto de no utilidad de la lectura, porque estamos hablando de un hábito que básicamente es un placer, y todo lo que te lleves por el camino será estupendo. Si te gustan las novelitas de misterio, disfrútalo y olvídate de lo que piensen.

P.–Después de abordar el western y la ciencia-ficción, de reinterpretar el thriller político, ¿qué viene ahora?

R.–Suelo tener varias historias empezadas, que voy escribiendo para saber hacia dónde van, y de repente una alcanza una masa crítica con la que me digo: ‘Vale, esto hay que terminarlo’. Intuyo que en lo próximo saldrá algo más parecido a esta novela, probablemente: un marco realista donde ocurran cosas...

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