Hay personas a las que en el primer encuentro intuyes conocerlas de toda la vida. Ambrosio era ese tipo de gente, desprendía un aura magnética, una bonhomía tan atrayente que te ganaba para la causa en cuanto te saludaba. Cuando coincidí con él por primera vez en una redacción, hace más de veinte años, ya tenía labrada una bien ganada fama de bonachón empedernido. Allí se sucedieron tardes de conversaciones aturulladas (hablaba tan rápido que a veces costaba entenderlo) sobre sus niñas del basket y del voley playa, el ajedrez, la petanca, el tiro con arco o la gimnasia. Su gran mérito fue darle voz al deporte minoritario en las páginas de la prensa diaria y la suerte fue que tuvo reconocimiento en vida. Ahí están los dos centenares de placas conmemorativas que recibió por su trayectoria profesional o la medalla de oro de la provincia que Diputación le entregaba hace escasos meses. Recuerdo las 'ambrosiadas' en sus dos acepciones como evocaciones de alegría. Una de ellas tenía que ver con los chistes rematadamente malos que soltaba sin venir a cuento y despertaban la carcajada del personal mientras se peleaba tecleando su antediluviano McIntosh, el cual solo él comprendía. La otra tenía que ver con las comilonas que organizaba para festejar su santo y en las que no faltaban toda clase de embutidos y dulces. Pero siendo enorme su legado profesional, sin duda es mayor la ascendencia que deja en los demás y el vacío en su familia, su querida Antoñita y sus hijos, pero también en todos quienes lo conocimos. Ayer se me empañaron los ojos mientras esbozaba la crónica del Almería-Cádiz al saltar un guasap en la pantalla del móvil advirtiéndome de su fallecimiento. Se nos fue Ambrosio y, como todos los grandes que nos llegan al corazón, se nos fue demasiado pronto. Su pérdida es otra pala de tierra sobre un siglo XX al que se le pierde la memoria. Escribo esto pensando en mi buen amigo Tito, uno de sus hijos, y pienso la paz inmensa que debe proporcionar ver toda la onda positiva que despertaba su padre. Ánimo Tito porque como bien dijo Borges, la muerte no es más que una vida vivida... y él hizo feliz a mucha gente. DEP Ambrosio, un hombre con corazón de niño.

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