Por un alto el fuego en España, como en el Líbano
La vergüenza
Con un par
La memoria siempre es selectiva. Nos acordamos de lo bueno, de los momento felices, e intentamos olvidar aquellos que no lo han sido. Las goleadas y las lesiones, por eso, son la cara fea del fútbol. Hace unos días se cumplieron 13 años de la máxima derrota como local de la UDA en su historia. Aquel 0-8 del Barça de Guardiola, con Messi como estrella, le costó el puesto a Juanma Lillo. A preguntas de este periodista, el tolosarra confesó que no se sintió avergonzado por la humillante derrota "porque las cosas no se han hecho con mala intención". El fútbol es así y tiene estas cosas. Sin decir nada, no hay mejor definición posible. Pero aquella afrenta azulgrana le dolió a muchos, a los que sienten los colores del equipo de su tierra. Fue una puñalada en el mismo corazón. La UDA no ha encajado una goleada de aquellas proporciones, pero tiene sobrados motivos para sentirse avergonzado. Ser el último no es lo peor porque no hay Liga ni la habrá sin un colista. Lo feo de ser farolillo rojo es que no hay goma que borre esa mancha cuando no has sido capaz de echarte un triunfo a la boca y eres el peor de los peores. Lo del 2010 es pasado y se olvidó, pero lo de ahora te lo recuerdan cada semana y lleva camino de pasar a la historia negra del fútbol patrio. A nadie le gusta que le pinten la cara y se la metan por los ojos. Pero la sensación de hacer el ridículo o de falta de dignidad sobre el césped es superior a todo. Los ahora rojiblancos defenderán otros colores la próxima temporada. Pero el Club y la afición arrastrarán esa cruz, de por vida. Es obligatorio que los nuestros defiendan el escudo con orgullo y salgan con la cabeza alta del campo, y sean merecedores del aliento de su hinchada y de lo que cobran. El resultado, bueno o malo, es una consecuencia, pero sin esos valores nada tiene sentido.
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