La Corona de la Reina

Argentina 1985

El impacto hubiese sido idéntico en cualquier lugar donde hubiese estado él. La que nunca desfallece apostó todo al negro de sus ojos

En tiempos de pandemia nos faltaban muchas cosas y nos sobraba mucho tiempo. Ese mismo del que carezco a diario y debo sacarlo para dedicárselo a quien se lo merece. Antes no. En momentos pretéritos no sabía decir no. Ahora lo digo: NO. Y no pasa nada. Encerrados en casa las plataformas digitales se frotaban las manos cuando una serie se ponía de moda o un film era el recomendado en el grupo de whatsapp de la familia. Ya ha pasado bastante. Ni nos acordamos de aquello. La memoria es selectiva, tiene los pies muy cortos, se olvida rápido de determinadas cosas y otras, que deberían pasar de soslayo se instalan ahí de forma intrusa y ni con terapia las arrancas. Mantienes una lucha interna entre tu voluntad y el deseo. Tablas la mayor parte de las veces. Sumisión. Pero ese jueves los brazos no quisieron sucumbir, se descolocó de su sitio y la que nunca hace “nada”, hizo. Y se fue. Lejos. Y no pasó nada. Más bien pasó mucho. Lejos. A kilómetros de ojos envidiosos, de prejuicios limitativos, de mentes retorcidas. Pasó. La que solo trabaja: voló, comió, durmió, bailó, vibró, VIVIÓ. Para una persona normal en su vida natural no sería algo excepcional, para ella todo era algo nuevo. No le encandilaron los rascacielos, ni el tipo de urbe, había presenciado sitios similares. El impacto hubiese sido idéntico en cualquier lugar donde hubiese estado él. La que nunca desfallece apostó todo al negro de sus ojos y su pelo. Se rindió. Ya sí habían pasado más de 48 horas, podía recibirla con un beso en la mejilla o el nervio propio de no saber dónde dárselo. Pero se lo dio. Y el silencio habló, las pupilas brillaban, el corazón bombeaba y las bocas besaban. Solo sonreían. Siempre al borde del abismo, cerrando las puertas de embarque pudo coger ese avión. Las maletas pesaban más por la ilusión que por los vestidos. En esos segundos es cuando te das cuenta de que la felicidad no es estar contenta, es sentirte plena. Nada es importante si eres feliz. Todo te excede, menos el tiempo. Y ese nunca se para. Hubieran querido hacerlo pero pasaba demasiado deprisa, síntoma inequívoco que la decisión fue la correcta. Viendo jugar al dominó en Calle 8 se detuvo por unos instantes. Nadie discutía, lo inventó un mudo. El acento argentino de Ricardo Darín sí suena. Esa última noche, el de Buenos Aires, protagonizó la primera de tantas que les quedan. Volvió y no pasó nada, bueno sí, mucho. Nadie es imprescindible, solo irrepetible. Todo en Valencia seguía igual. Todo, menos ella.

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