Metafóricamente hablando

Igual sólo fue un sueño

Los niños gritaban en el patio y el tiempo se detuvo por un instante, la lluvia golpeaba los cristales…

Sintió entre sus dedos el cosquilleo de la loca carrera de una hormiga, tratando de huir entre los dedos de su mano. El abordaje se había producido, cuando ella no pudo resistir la tentación de coger aquellos frutos rojos, que se le ofrecían como fruta prohibida. Los cerezos lucían espléndidos, llenando de color el paisaje, y la solo visión de aquella estampa, suscitaba el deseo de sentir crujir entre sus dientes aquel jugoso manjar. Sin embargo, no fue la única que cayó bajo su influjo, aquella hormiga glotona también buscó saciar su gula, y al coger el fruto, fue presa de sus manos codiciosas. La tarde caía mansamente, tiñendo de rojo las montañas, que parecían ocultar un incendio al otro lado de sus cimas. Esas tardes calmas, largas y tibias, preludio del verano, le trasportaban a esos tiempos felices de la infancia, en los que nada perturba a una niña, más que saciar su hambre y sus sed, después de jugar sin descanso. Eran días y noches tan lejanas e intensas, que su sola evocación le causaba un torbellino de emociones. Hoy, paseando por caminos, horadados durante siglos por los pies de quienes habitaron ese fértil valle, no pudo resistirse a coger aquellos deliciosos frutos, que mordió sin compasión. De pronto, se dio cuenta de que la hormiga, harta de buscar una salida inexistente en aquel caos que eran sus dedos para ella, decidió subir por su muñeca, buscando una vía de escape de aquel laberinto inesperado. Compadecida, la dejó sobre una hoja de aquel esplendido árbol, alejándose a toda prisa de aquel monstruo que, sin querer, la había capturado. Horas más tarde, en el amplio salón de la casa familiar en la que pasó su infancia, abierto a un patio interior, lleno de aspidistras, sus primas y ella brindaban con champán, celebrando el reencuentro. Muchas cosas habían cambiado desde la última vez que celebraron algo allí, desde entonces el mundo se abrió ante ellas como una rosa cuando le acarician los tibios rayos del sol en la mañana. Con el tiempo algunas se habían deshojado, otras aún se mostraban espléndidas, gracias a la genética y a algunos imperceptibles retoques estéticos, con los que pretendían inútilmente borrar las huellas del tiempo sobre su rostro, pero todas reían felices. Entrecerró los ojos, y suspiró profundamente: escuchó el eco de las risas de la familia, reunida en torno a un acordeón, con un vaso de “ponche” entre las manos, veía a las mujeres bailando al ritmo de un tango melancólico, cuyos acordes aún eran capaces de sacarle una lágrima al escucharlos, mientras las niñas que fueron, trataban de imitar a sus mayores. Tomó un sorbo de champán, sumergiéndose en un profundo sueño en el que se mezclaron los recuerdos con la realidad. Los niños gritaban en el patio y el tiempo se detuvo por un instante, la lluvia golpeaba los cristales…

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