De antiguo controvertidos, los términos liberal y liberalismo no significan la misma cosa en Europa y en Estados Unidos, país donde ambos se asocian al ala izquierda de los demócratas por oposición a los libertarios que representarían, pese a compartir la raíz, una variante o degeneración del sentido originario. Pero tampoco está del todo claro ese sentido, muchas veces ambiguo e incluso contradictorio, dado que cambia en boca de sus simpatizantes y también de sus enemigos. Aunque consta que fue en España, hacia el tiempo de las Cortes de Cádiz, donde se empleó por primera vez con sus implicaciones políticas, ni siquiera la literatura académica, que ha propuesto diferentes genealogías, se muestra unánime a la hora de evaluar sus evoluciones en el tiempo. Según la perspectiva que se adopte, el liberalismo clásico habría sido superado por la socialdemocracia, asimilado a la tradición conservadora o relegado a un lugar marginal y puramente doctrinario, como una especie de revolución pendiente. La indudable contribución al nacimiento de las democracias modernas, no por casualidad definidas como liberales, enfrentadas primero al inmovilismo del antiguo régimen -muy en particular a la intransigencia religiosa- y después a los totalitarismos, no ha eximido a quienes se proclaman herederos de ese gran legado de una mala fama, no siempre inmerecida, que los presenta como una élite arrogante, ajena a las necesidades de la mayoría. En La historia olvidada del liberalismo, sin embargo, Helena Rosenblatt defiende la continuidad de un ideal moral y cívico que no se limita a la proclamación de los derechos y los intereses del individuo, sino que tiene muy en cuenta los deberes hacia la comunidad. La liberalitas de Cicerón, propia de ciudadanos libres, generosos y preocupados por la búsqueda del bien común, habría sido para la autora una de los más claros precedentes del temperamento que siglos después alumbraría el liberalismo, cuando los valores vinculados a ese modelo pasaron de la nobleza a la burguesía y se acompañaron de una expresa vocación humanitaria. Poco tiene que ver esta lectura, que no pierde de vista la aspiración a la justicia social, con la corriente que recibe el discutido nombre de neoliberal, enemiga acérrima de cualquier intervención del Estado e inspiradora, ya durante la Guerra Fría y en mayor medida tras la desaparición del bloque soviético, de un agresivo imperialismo que no ha ayudado a difundir el prestigio de Occidente. Muchos de los que se proclaman liberales a ultranza son sobre todo eso, ultras, extremistas que reducen el concepto al ámbito de la economía y engrosan hoy las filas del populismo.

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