Mari Carmen Ortiz perdió su silla

Cuando se pronuncia la expresión "salir por la puerta de atrás", muchos la oyen, pero solo uno la sufre

Cuando se pronuncia la expresión "salir por la puerta de atrás", muchos la oyen, pero solo uno la sufre, padeciendo un espasmo repentino de incomprensión, un rencor intenso y el dolor natural de quien comprueba la desidia y desapego del que provoca la salida. Síntomas entendibles cuando se observa cómo un vástago ocupa el puesto, ese sillón que tanto costó mullir. Hoy, una mujer de esta tierra tiene que estar experimentando todas esas sensaciones. Hoy, esa almeriense, como tantos otros que formaron parte de ese universo efímero y contradictorio que es la política, será un simple recuerdo del pasado, alguien al que ya nadie llamará para invitarle a las fiestas del pueblo, o algún sarao de empresa. Esa persona que nadie recordará para inaugurar un congreso, o una cooperativa. Aquella que esquivarán las reverencias y ademanes que antes por la calle le abrumaban. Esa mujer es Mari Carmen Ortiz, la ex Consejera de Agricultura de la Junta de Andalucía. Una salida sin honores que, mentidero mediante, achacan a una vendetta interna, cocida a fuego lento desde el mismo momento de su nombramiento.

Pero lo que parece claro es que su muerte política, y su destitución lo es (por desgracia para ella, si no era su deseo), no va a enmendar el propósito buscado por la Presidenta de la Junta en su crisis de gobierno, llámese savia nueva en su ejecutivo, o impulso en las áreas afectadas por las destituciones, entre ellas la de agricultura. Los problemas de Susana Diaz no los arregla "Cándido", exultante en lo sencillo y negador de las dificultades. Las cosas en Andalucía van siendo cada día más visibles, menos simples de lo que pretende hacerse creer, y obligan -por fin- a enfrentarse y arreglar la complejidad de los problemas que tenemos. El resultado de las primarias del PSOE puede ser un síntoma de ese cambio. Tirando de gracejo popular, Ortiz se fue a Sevilla y perdió desde ayer su silla. Aunque, al menos, todavía nos queda el consuelo de que Almería, tierra desangelada y huérfana de primeras espadas, siga pudiendo ocupar esa misma silla con otro paisano, Rodrigo Sánchez. Esperemos que este almeriense, morador ya del olimpo de los dioses, mejore la agricultura andaluza, y no olvide -para su bien- que quien anda con la antorcha del poder puede quemar algunas barbas y alumbrar mucha envidia. Y si no, que se lo digan a su antecesora.

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