UNA PIRULETA DE CORAZÓN

El hecho de tener mucho más de la necesidad propia, no obliga a tirar, sino a administrar mejor

Se Escuchando la radio mientras paseaba por la playa se produjo una extraña coincidencia. Mientras a mis oídos llegaba información sobre la voluntad de ofrecer más competencias y fondos a Comunidades Autónomas y Ayuntamientos por parte del Gobierno, con motivo de las licencias VTC, mis ojos fijaban la mirada en un objeto pequeño y colorido que se encontraba en el suelo a lo lejos. Al alcanzarlo descubrí que era una piruleta, en forma de corazón, y tenía aún intacto el plástico que la envolvía, aunque polvoriento a causa de la tierra del camino donde alguien la tiró.

Dirán que es algo insignificante, que el hecho no merece más comentario. Puede que tengan razón, si se mira desde una óptica cortoplacista, económica y no más allá de la simple piruleta. O tal vez no, si se analiza desde un punto de vista social y educativo. No sé a ustedes pero, más allá de lo incívico de usar como basurero un lugar público, me vino al recuerdo que en la niñez o juventud de algunas generaciones no tan lejanas, tal vez la propia de quien escribe, para muchos críos no era habitual encontrar chucherías o golosinas tiradas por el suelo. Y cada vez, por lo que he podido comprobar, es más habitual. No es que escaseasen antes, que tal vez sí, sino que el despilfarro y dispendio monetario que prolija actualmente en cosas insignificantes o estúpidas, gracias a lo bien que vivimos -por mucho que nos quejemos, deporte nacional-, llega un momento en el que debe ser criticable, y rechazarse. El hecho de tener mucho más de la necesidad propia, no obliga a tirar, sino a administrar mejor, y compartir con quien no tiene.

Podríamos aprender de muchos cuentos y fábulas que enseñan sobre lo justo o injusto de la abundancia, incluido también versículos de la Biblia, Lúcas: "Dad y os será dado. Porque con la medida con que midáis, se os volverá a medir."

Y últimamente se está perdiendo el sentido de la medida. La pregunta es, cómo sentirse cuando, complacidos por no sufrir las carencias y penurias de tiempos pasados, educamos a los niños y jóvenes de ahora en la indolencia del derroche. O cómo sentirse cuando, siendo conscientes de lo desacertado de este proceder, pensamos poner en práctica lo que hacían los padres de generaciones pasadas, pero la hipocresía, doble moral y estupidez de esta sociedad no nos lo permite. Espero que no sea demasiado tarde cuando se caiga de la higuera.

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