Opinión
La atención a la dependencia: hacia un futuro más humanizado
Las palabras se suelen devaluar con el uso y el paso del tiempo. Por ejemplo, la palabra luego significó “inmediatamente” durante siglos. En México sigue teniendo ese significado, pero en España, desde hace bastante tiempo ha llegado a significar justo lo contrario: tarde, mal y nunca. Hay muchos más ejemplos, pero ahora estamos asistiendo, en vivo y en directo, a la devaluación de palabras como comunismo, fascismo, terrorismo, dictadura, liberalismo… Comunismo y fascismo, que fueron causantes de terribles tragedias en Europa (y en buena parte del mundo) durante el siglo pasado, ahora se utilizan banalmente para calificar, respectivamente, a cualquier ideología ligeramente progresista o ligeramente conservadora. Se usan con ánimo ofensivo y profusamente, tanto en los ámbitos políticos, incluido el Parlamento, como en los medios de comunicación. Y ya ha trascendido a todo tipo de conversaciones y discusiones, sea en los basureros de las redes sociales como en las charlas de café o en las comidas familiares. Los que califican de dictatorial cualquier norma elemental, como las decisiones para protegernos de la pandemia, es que no han conocido la dictadura de Franco (ni ninguna otra, que hay muchas). Y si la han conocido, mienten al comparar aquellos duros años con la libertad con la que hoy se puede insultar a cualquier autoridad, desde el rey al concejal de cultura de su pueblo. Los que llaman liberalismo a que le dejen hacer de su capa un sayo, no saben lo que fue el liberalismo en sus orígenes.
Terrorismo y terrorista también están en período de rebajas. Por muy mal que nos caiga el prófugo Puigdemont –que nos cae como una patá en los cataplines-, no es de recibo equipararlo a Dienteputo o Josu Ternera. Como no tenemos ni puñetera idea de las sutilezas de las interpretaciones de las leyes, esperaremos a ver lo que dicen los jueces de la U.E. y los suizos.
La palabra que, de momento, no se ha devaluado es genocidio. Debe ser porque casi nadie se atreve a usarla, por si se cabrea Israel. Y sus valedores, Biden, los gobiernos alemán y húngaro y algunos más. Menos mal que nuestro paisano Borrell, jefe de la diplomacia europea, está llamando las cosas por su nombre. Porque a ver qué calificativo merece ametrallar una cola de mujeres y niños que esperaban para recibir una mínimas raciones de subsistencia. El tema merecería más extensión pero, por desgracia, nos tememos que tendremos tiempo de sobra.
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