Pensando en dar una tregua

Cuando ese instinto no está presente, prevalecen estereotipos y formalismos, es decir, mucho valor de cambio

Resumiendo, y adelantándome al final de estas líneas, sepan que esto podría ser una despedida. Dudaba entre hacerlo más pragmático, o menos virtuoso, pero esa eterna pugna entre lo estético y lo práctico resulta superflua en lo esencial. Una dicotomía ésta a la que nos enfrentamos diariamente, y en todos los ámbitos de la vida, la misma que nos acompaña exigiendo mesura y cuya contienda, en este empeño de hoy, tan personal, cotidiano y normal, le es ajena.

Tiempo atrás ya escribí que se han intentado elaborar propuestas de esta realidad dual, queriendo desenmarañar algo tan evidente, por sufrido, pero a la vez complejo, debido a la condición humana. Los economistas, tan proclives a crear teorías de casi todo, dieron forma a esta contradicción a través de la "paradoja del valor", también bautizada como "paradoja del diamante y el agua". Esta contrariedad nos evidencia que el agua, sin la cual no podríamos vivir, tiene un gran valor de uso pero incoherentemente tiene escaso valor de cambio. Y, al revés, un diamante es una cosa sin la cual podríamos vivir, no teniendo prácticamente ningún valor de uso, pero su valor de cambio es inmenso. No obstante, esta verdad teórica quiebra cuando desaparece el equilibrio del mercado o caen los pilares de la sociedad en la que vivimos, pasando a ocupar el instinto de supervivencia un papel prioritario sobre esos usos o modos urbanitas que la civilización ha ido creando.

Cuando ese instinto no está presente, prevalecen estereotipos y formalismos, es decir, mucho valor de cambio (dirigidas a la imagen, el mantenimiento del poder o la pertenencia a grupos diversos), pero poco valor de uso (la verdadera condición humana, las necesidades y realidades genuinas de la gente). Este es el origen de muchos de los problemas que tenemos, y ante los que nos llevamos enfrentando algunos años ya desde estas líneas. Pero, durante unos meses, en principio, estaría pensando en cerrar por vacaciones, dándoles una tregua que, seguramente, agradecerían con entusiasmo. Sea por superstición, sea por alejar cualquier atisbo de caducidad indeseada, o simplemente por desterrar la finitud de lo que supone nuestra existencia, olvidaré terminar con un adiós. Siempre he sido de los que prefieren despedirse con un hasta luego, aunque suponga un adiós, y después de ello, que sea cada cual es que recapacite y considere si uno es un diamante, agua, o ninguna de las dos cosas.

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