El Quijote de Amós Miltón

Es una novela, sí, aunque por momentos parezca un ensayo de rabiosa actualidad

Don Miguel de Cervantes, autor de El Quijote, fue encarcelado en 1597 en una prisión sevillana, en la que "toda incomodidad tiene su asiento", de donde logró excarcelarlo un abogado anónimo, salvándole la vida. Y no es imposible que aquel tesón defensor que supo redimirlo de entre los miles presos hacinados, inspirara las aventuras del hidalgo quijotesco que, arrebatado por un ideal, alzó su irrealidad justiciera frente a la lóbrega realidad social. Una figuración sutil por la que apuesta Amos Milton (García Orozco) -que ya publicó en 2011, El Abogado de Indias y cuyas andanzas completa ahora en su nueva obra, Mar de Tierra (Almuzara 2022)- para relatar las hazañas del joven jurista que, en plena colonización americana, se erige en defensor de la dignidad indígena ante el abuso colonial. Y lo escribe a modo de novela histórica, entreverada de Historia novelada, remedando la poética quijotesca por lo que al pronto, acaso turbe al lector poco atento que el don Alonso abogado, al igual que el Alonso Quijano, inicie feroz combate contra gigantescos molinos burócratas y prejuiciados, exhibiendo como su precursor, a la par, lucidez y locura, arrojo abogadil junto a candidez pasional por la moza idealizada. Que su amor por las leyes, no le coarte tomar armas en defensa de lo que la ley no solventa. Que no fue antes una extravagancia de Cervantes, ni es hoy es un descuido del ingenioso Amós, descubrir que hubo, hay y habrá, quienes desde la caballería o desde la abogacía se rebelan, siempre con angelical ingenuidad, contra esa justicia apesebrada, que gusta ser débil con el arrogante y arrogante con el débil. O que tanto en la caballería como en la abogacía andantesca aparezcan de vez en vez, visionarios que nos defiendan frente a malandrines hurtadores de princesas y principios o poderosos encantadores que metamorfosean lo justo por su gusto. Es una novela, sí, aunque por momentos parezca un ensayo de rabiosa actualidad porque al cabo el material sobre el que opera es esa sed humana insaciable de Justicia. Un libro más, en fin, que entre los 143.064.880 que hay ya editados en el mundo, merece atención lectora, tanto del que lee un libro al año como del que lea cien, y a pesar de que su autor sea almeriense. Lo digo porque si en EEUU se elogian los escritores de éxito y en Francia a todo el que escribe, aquí, si es paisano, no se celebra a ninguno: aunque este merece ser excepción.

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