Santo Tomás, Paco y yo

El dolor ha sido abordado por numerosos sabios, para el santo resulta inherente al hecho de existir

Pienso a menudo lo afortunado que soy al ejercer un oficio como la medicina y una especialidad como la psiquiatría. Hablar de emociones, de sentimientos, de la razón y el corazón conduce a terminar meditando acerca del alma. Y da igual qué concepto de ésta tenga cada uno, a la sazón todos nos referimos a nuestra capacidad y necesidad de trascender de lo estrictamente material. Hace poco, en uno de esos momentos fascinantes, terminamos conversando Paco (mi paciente) y yo sobre el sufrimiento. Aseguraba el primero que, por siglos que transcurriesen y por avanzada que estuviese la ciencia siempre existiría el sufrimiento. Y razonaba su alocución echando un vistazo al pasado para comprobar que, efectivamente, siempre hubo sufrimiento del tipo que fuere.

El dolor ha sido abordado por numerosos sabios y teóricos. Confieso que mi forma de ser y estar en el mundo ahonda mucho sus raíces en el estoicismo. Pero esta escuela propone una forma de manejar el dolor no terminó nunca de convencerme. Los estoicos (una corriente de ellos, al menos) sugerían, al socaire de las influencias orientales, tratar de inhibir todo deseo para acabar haciendo desaparecer el sufrimiento. Esta propuesta siempre me rechinó, tal vez por lo alejado que se encuentra el concepto de mi cultura madre, así que terminé encontrando en Santo Tomás de Aquino cierto alivio. Así se lo comenté a mi paciente, quién después hizo gala de un dominio mucho mayor que el mío de los textos del santo.

Decía el sabio que todo ser vivo tiende hacia un objetivo, este sería "su bien". En el camino vamos sufriendo vicisitudes que nos van privando o desviando de la consecución de nuestro bien. Será esa ausencia de bien la que viviremos como sufrimiento. Contaba santo Tomás que tampoco podemos aspirar a vivir sin mal (bien pleno) puesto que sería el tedio y el aburrimiento quienes acabarían con nosotros más pronto que tarde.

El sufrimiento es, por tanto, inherente a la existencia y esto reconforta. En lugar de luchar contra él resulta más sano aceptarlo y evitar sus dos consecuencias inmediatas. Primero la tristeza y posteriormente la desesperanza. Un hombre triste cojea, pero una persona desesperanzada se arrastra. Comenzaba a hacerse tarde y Paco apostilló la entrevista con una cita de Santo Tomás, interpretada a su manera: "yo ya no huyo del dolor, dejo que entre en mi cabeza hasta que terminamos siendo amigos".

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