Semana dulce

Si preguntaras, la mayoría de las personas te diría que la Semana Santa huele a incienso, cera, sudor del traje de nazareno

Si preguntaras, la mayoría de las personas te diría que la Semana Santa huele a incienso, cera, sudor del traje de nazareno o a las flores que acompañan a los pasos, en una sinfonía que, si cierras los ojos, es fácil de recordar, especialmente en nuestro entorno cultural. Sin embargo, a ti este tiempo te trae a la memoria el aroma a las natillas, el arroz con leche, la leche frita, los borrachillos o las croquetas de chocolate, y sobre todo, a los roscos que hacía tu abuela, la mamaíca, en esas tardes que ya se iban alargando, rondando la primavera.

La liturgia del momento de hacer esos dulces de Semana Santa, en la cocina de tu infancia, en la que se batían huevos, se añadía harina y azúcar, se rallaban los limones recién cogidos, y se amasaba en movimientos precisos, se relaciona en tu inconsciente con el acto de meter el dedo en las mezclas, ante los gritos de tus mayores, porque seguro que te sentaría mal lo que para ti era un manjar exquisito. Aún hoy, todavía disfrutas metiendo la cuchara en todas las comidas cuando se van haciendo, a pesar de las críticas a tu alrededor, porque el proceso te ha interesado siempre más que el resultado, y el avance del sabor con el añadido de un nuevo ingrediente, te transporta a los principios alquímicos de la inocencia, que se van evaporando con los años.

Tú no has aprendido a hacer los dulces, ni guardas las recetas de tu abuela, porque lo tuyo es más estar a ver lo que hacen otros en la cocina que enfangarte entre fogones, aunque seas voluntaria para fregar los innumerables cacharros que se ponen en juego, que es tu contribución en la ceremonia de tu gente vinculada a estos momentos. Tienes la suerte de que tus hermanas si lo han hecho, y son ahora sus dulces los que probáis, elaborados a partir de lo que dicen las libretas en las que apuntaron con letra primorosa los modos y los tiempos de la mamaica, medidos en puñados y ratos, actuando como oficiantes en el rito de su elaboración, mientras tú sigues metiendo el dedo en la masa cruda, como entonces.

El sentido de la familia está relacionado siempre con las tradiciones, y si la tuya no tiene ninguna, es hora de ponerte a construirla, porque en la vida, lo que de verdad importa es aquello que damos, que normalmente es lo que recibimos. Y si no has tenido esa suerte, no olvides que está en tu mano empezar de nuevo, crear tu propio universo de recuerdos.

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