Cuando el alma se rompe

Cuando dependes de la estimación ajena, eres lo que piensan de ti, no tú. Debes dejarlo todo y concentrarte en ti

De repente, lo sientes llegar. Una oleada de malestar sube cuerpo arriba mientras va dejando inertes las zonas por las que pasa. Los objetos de alrededor se acercan y se te echan encima. Un zumbido silencioso te ensordece y no consigues oír tus pensamientos. Aprietas la boca, cierras los ojos, luchas por evitarlo. Imposible. La bola de dolor se acumula, crece y te revienta los lacrimales. Lloras, te derramas, inundas el Cosmos. Cuanto más quieres contenerte, menos lo consigues. Todo se vuelve nada. Solo percibes el llanto. Solo oyes un ominoso crujido en el fondo del alma. Ya está. Ha ocurrido. Te has roto.

En algún lugar de ti, algo dice que el ataque pasará; en otro lugar, otro algo te regaña por haberte dejado llevar. Cada algo tira hacia un lado distinto y tú, en medio, Hipólito de carne y sangre a punto de que acaben contigo los caballos de Posidón, eres consciente de ir desgarrándote poco a poco. Cuando dependes de la estimación ajena, eres lo que piensan de ti, no tú. Llega un momento en el que ya ni siquiera sientes el dolor y empiezas a verte con los ojos de otra persona, desde fuera, como quien contempla una película de Tarantino con un cuenco de rosetas en la mano. Tocas fondo y empiezas a calmarte. Ahora viene lo peor: el miedo a que vuelva a ocurrir y el machacón por qué te ha pasado.

Los días siguientes, la pregunta se vuelve tú. No te concentras en cosas sencillas. Un rumor constante se enseñorea de tu consciencia. Cada cosa que haces la hace otro. Cada cosa que te dicen se la dicen a otro. Estás ahí y al otro lado de la galaxia. Te hablan y solo temes volver a hundirte. Intentan animarte y solo consigues mirar desde lo hondo de tu tristeza. No eres capaz de hacer lo que se espera de ti. Notas que tus movimientos, memoria muscular sin inteligencia, te ponen en peligro. Intentas evitar el pensamiento hasta que empiezas a aceptarlo. Primero eres tú y esa fractura del alma que no se puede escayolar. Acabas entendiendo que necesitas retirarte a tu interior, pensar, ponerte en orden y reconstruirte. Reúnes coraje y se lo explicas al mundo. Debes dejarlo todo y concentrarte en ti. No quieres que nadie dependa de tus errores. No quieres que nadie se acuerde de ti hasta que vuelvas a ser tú. No quieres responsabilidades que no puedes aceptar ni miradas que no soportas. Sin embargo, sabes que volverás a brillar como antes de romperte: eres Simone Biles.

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