Un apetito absurdo

Prioriza el legislar sobre la tenencia y uso de móviles por menores. No basta quejarse sin actuar de una vez

Apesar de su bendita ignorancia, la infancia no es nunca fácil. Para unos más que otros. O, tal vez, para todos. Lo refrenda tanta noticia sobre agresiones entre menores, el desdichado bullying. Uno rebusca en la memoria y, la verdad, es que esas agresiones, de un modo u otro, siempre existieron. En el colegio, al salir de clase, en las calles, producto de esa violencia inherente a nuestra propia naturaleza, digna de aniquilamiento para lograr una convivencia pacífica. Pero, disculpándome de antemano por si yerro en el propósito, me atrevería a decir que el problema de la juventud hoy en día pareciera no centrarse solo en esa agresividad reprobable, que también, sino en la opresión y la estigmatización constante, el recochineo sin descanso, que logra esta nueva violencia por culpa y a causa de nuestro mundo tecnológico. Concretamente, redes sociales y otras formas de comunicación colectiva. Lo físico resulta doloroso, pero lo psicológico, insoportable. Ayer fue en un colegio de Alicante. Hace semanas en Sevilla. Tiempo atrás, en Guipúzcoa. Y más niños como víctimas.

Esta nueva mezcla, interactivo con primitivo, convive mal entre nosotros y debería hacérsele frente cuanto antes, a fondo y en diferente modo. La educación, su presencia o mejoría, sería el primer y mejor remedio. En ámbito familiar y, por transferencia, en la sociedad. Pero, dado que no llega, o lo hace demasiado lento, priorizaría el legislar al respecto, por ejemplo, sobre la tenencia y uso por esos menores de móviles, ordenadores y similares. O regular su entrada en centros escolares, otorgando a docentes las potestades de las que carecen a la fecha, haciéndose respetar.

Mientras eso no suceda, estaremos tolerando un riesgo inaceptable. En otros ámbitos, se suele hablar del "apetito del riesgo" para definir la cantidad de riesgo que se está dispuesto a asumir en la búsqueda de algo. Ese apetito reflejaría el manual de su gestión y, al mismo tiempo, influiría en la cultura y el estilo que opera en aquél que lo asume. En nuestra sociedad, visto lo visto, una hambruna terrible nos asola. Es grande, porque asumimos más de lo que sería tolerable. Inconsciente, o más bien irresponsable. Y descontrolada, por inacción. Teorizando un poco más, asumiremos que las consecuencias de esta situación es reversible, si se actúa de una vez. Si no, seguiremos quejándonos indolentes. Parece absurdo.

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