Nunca basta con conservar

Hora va siendo de que cada multa fuese pregonada una y mil veces, para sembrar ejemplar comportamiento en la ciudadanía.

Me gusta pasear por la naturaleza; también por lo que no lo es, aunque lo urbano sea ya nuestro medio natural por antonomasia. De las gentes que les gusta el senderismo, ir de refugio en refugio, he escuchado que "ya no es como antes". Se refieren a que la tradicional costumbre de ir dejando en cada refugio algún producto que le pudiese venir bien a quien le sucediera en la visita, va cayendo en desuso. Cuanto más demócratas, más esperamos que las cosas se resuelvan subsidiariamente…

Pasear por nuestros senderos se ha convertido en actividad de riesgo, sin necesidad de ser un obseso de la crítica y del conteo de cuantas porquerías dejan arrojadas por el suelo algunas de entre aquellas personas que por allí anduvieron. Latas de refresco, botellas de vidrio, mascarillas, compresas usadas o bolsas llenas de los residuos de lo consumido "bien amontonadas" para que "alguien" lo recoja… Este fin de semana me he encontrado, en mi paseo por el litoral de nuestro Parque Marítimo-Terrestre, con dos personas que iban con sendas bolsas de plástico recogiendo cuanto resto inmundo aparecía en su recorrido. Al adelantarlas, el saludo lo acompañé de un "sois personas imprescindibles"; y el regalo fue (gafas, gorras y demás útiles me impidieron la vista perfecta) que una de ellas me reconociera, haciéndome caer en la cuenta de su persona. A partir de ahora, mi camino se acompañará de una bolsa de plástico que me ayudará a dejar el recorrido en condiciones mejores a las que yo me lo pueda encontrar.

Suele ser muy común que estos paisajes se vean acompañados de un cartelico que nos anima con un "Déjalo como te lo encontraste", síntesis del buenismo que caracteriza al ser humano junto a la ceguera que reporta la cobardía de ejercer la responsabilidad administrativa de forma excesivamente educada. Hora va siendo de que cada multa que se pusiera, fuese pregonada una y mil veces -como si de la entrega en tómbola de una muñeca Chochona se tratase-, para sembrar ejemplar comportamiento en la ciudadanía. No creo que sea por los años, pero por algo será que ya me he convencido de que no podemos convencer al desalmado; sólo podemos actuar los ya convencidos. Y no, no pierdo un ápice de fe en la democracia: su voto y el mío han de valer lo mismo. Pero sí, la ventaja que ahora le llevaré es que para que el mundo sea mejor bastará con mi nueva actitud, y no dependerá de actitudes insolidarias.

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