Comunicación (im) pertinente

Francisco García Marcos

La deuda infinita

Estos días se reiteran las llamadas de atención hacia las estafas a los ancianos, evidentemente vulnerables

Hacía tiempo que sus hijos se habían marchado. Unos habían traspuesto muy lejos, al extranjero; la otra ya ni estaba en este mundo. Los abuelos se habían quedado solos en su casa de toda la vida, compartiendo sus achaques, sus recuerdos, sus penas, la extensa vista panorámica de la ciudad que se observaba desde su terraza. Un buen día decidieron cambiar de suministrador eléctrico. La oferta que les presentaban parecía más económica y ajustada a sus pensiones. Nada de ello debería haber supuesto inconveniente alguno. Habían tomado una decisión, conforme a su libre albedrío y a su recto entender, sin más. El caso es que, al final del primer mes, recibieron una llamada desde la antigua compañía. Les explicaron que quedaban pendientes restos de consumo, una cantidad que debían liquidar para no convertirse en morosos. Lo tomaron como una cuestión de principios. Ellos nunca habían dejado a deber nada a nadie, ni incluso en los tiempos más difíciles, cuando costaba sacar a tres hijos adelante. A la mañana siguiente el abuelo se acercó al banco, ingreso en la cuenta de la compañía y dejó zanjado el asunto. Restituida la honra familiar, todo volvió a su rutina: las pastillas diarias, las llamadas de los hijos, la fatiga que suponía hacer cualquier cosa. Solo que se trataba de una paz provisional que duró únicamente algo más de tres semanas. A fin de mes, se repitió la llamada y el mensaje: más restos pendientes de facturación. De manera que hubo de reactivarse el mecanismo para solventar ese nuevo descuadre: otra vez la mala conciencia, el viaje al banco, el ingreso. Con el paso de los meses, casi un año, el consumo pendiente adquirió tintes de pozo sin fondo. Siempre quedaba algo. El destino quiso que la llamada de aquel mes coincidiera con la estancia de uno de sus hijos que, por fin, había podido reunirse unos días con sus padres. Simplemente le comunicó a la compañía eléctrica que la siguiente llamada la gestionaría el abogado de la familia. En ese momento, misteriosamente, la deuda desapareció para siempre. Estos días se reiteran las llamadas de atención hacia la estafas a los ancianos, evidentemente vulnerables en todos los sentidos. No estaría de más desenmascarar su radio real. No solo deben ser protegidos de delincuentes y desaprensivos varios. Hay también prácticas sistemáticas por parte de empresas perfectamente identificadas que, sin embargo, son toleradas de manera tan alevosa como inaceptable. Éticamente son tan delictivas como las anteriores. Quienes las consienten, desde luego, no tienen las manos menos manchadas.

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