El duo pimpinela

La saturación informativa de la posible investidura de Pedro Sánchez obligaría a no realizar comentario alguno sobre ella

La saturación informativa de la posible investidura de Pedro Sánchez obligaría a no realizar comentario alguno sobre la misma. Pero al final, la voluntad puede más que la razón, y hablamos. No para reiterar lo reiterado (los cansinos escarceos del dúo Pimpinela -Sánchez e Iglesias-, la desatención de las prioridades ciudadanas en favor de intereses personales, etc.), sino para trasladar una reflexión: la posibilidad de partir de una realidad, creando otra inexistente, más artificial que natural, y que puede enmascarar o provocar al final efectos adversos inimaginables. En la sociedad del siglo XXI era frecuente la enfermedad de la histeria, lo que por entonces se entendía como un trastorno neurótico de las personas, asociado más bien a la mujer (hystéra, del griego, útero). Conceptuada en un primer momento como una deficiencia moral, después lo fue como enfermedad física de origen desconocido. Los tratamientos que ofrecían asustan tanto como ese mal, siendo el principal la electroterapia. Imaginen las consecuencias del remedio: quemaduras, mareos, o incluso defecaciones. Estudiada esta patología por Freud, fue un neurólogo francés, Charcot, el precursor de una nueva visión científica de este padecimiento, estableciendo la base mental de la enfermedad. Tras ello se concluyó que la psicología puede llegar a crear las realidades que investiga, e incluso inventar nuevas enfermedades, cuando la ciencia es realmente la visión de ningún lugar, el mundo tal cual, independientemente de los deseos, esperanzas y pensamientos del ser humano.

Hoy, en España, podría pensarse que las posiciones de quienes juegan la partida de ajedrez para conformar gobierno, o sea, partidos políticos y dirigentes, son artificiales y, probablemente, hasta forzadas. Sin conocer sus verdaderos propósitos, o los objetivos que se hayan podido marcar al respecto, choca percibir cómo se convierte la investidura del Presidente -deseada, posible o necesaria- en un sainete pedante y retorcido, a favor de unos o en contra de otros, desnaturalizando la esencia de lo que debería ser un digno acto democrático ¿Se piensa realmente en la gente, como gusta decir? Pareciera que no, o así lo demuestran ambos. Entonces, ¿qué se hace? Crear una realidad inventada que colme las vanidades y jactancias mezquinas -propias o partidistas- de quien las porta, sin pensar en los demás, que es lo importante.

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