Un español sin trampas saduceas

Píldoras de sabiduría descubiertas, imperecederas, que son dignas de endoso -a modo de analgésicos-

En el día de la Hispanidad, podríamos hablar de algún ilustre español. Por casualidad, como sucede tantas veces en la vida, tuve la suerte de conocer hace poco la trayectoria de uno de ellos, un célebre asturiano. Hablo de Torcuato Fernández-Miranda, aquél que Martín Villa señaló como el "autor" de la Transición española, y sobre el que a nadie escuché últimamente realizar ataque o crítica alguna, lo cual, en estos tiempos, es un signo evidente -dado como está el patio- de que es alguien, si no para admirar, sí por lo menos a quien respetar. Porque la escabechina absurda y gratuita que se hace sobre dicho momento y quien lo protagonizó (pura ignorancia), debería ser objeto de estudio, por psicoanalistas.

Rescato a este maestro gijonés, a Don Torcuato, no por sus actos, que la historia y la razón de cada uno juzgará, sino por aquellas máximas que surgieron de su conocimiento y rica experiencia, teniendo en cuenta los acontecimientos que le tocó lidiar. Píldoras de sabiduría descubiertas, imperecederas, que son dignas de endoso -a modo de analgésicos- ante las muchas ocurrencias y necedades de nuestros días, para ser concreto, las vertidas en la precampaña electoral. Y es que volvían esta semana los ataques de unos partidos a otros, y entre sus líderes (termómetro de la catadura intelectual), echándose en cara de forma absurda casi un siglo después las causas o sucesos de la Guerra Civil, coletazos seguramente de la exhumación de Franco. Qué niñería. Aprendan de Fernández-Miranda, que, siendo quien fue, hablaba de ideologías sin exaltaciones ni extremismos, reconociendo en cualquiera de ellas personas honorables y también a canallas. En cualquiera. Retornan también con las elecciones las hecatombes y plagas bíblicas, achacándolas al contrario, y asignando las consabidas soluciones del desastre -cómo no- para sí mismos. Dijo el recordado que los políticos no saben discernir realmente entre problemas y disgustos: los primeros los da la gente, llevaderos y resolubles, pero los disgustos, esos solo la esposa y los hijos. Bueno, también la suegra.

Inteligente donde los haya, la figura de este español clave en la última etapa más importante de nuestra historia reciente, pareciera dejar en evidencia a los profesionales actuales de las trampas saduceas, a aquellos que cambian demasiado fácil conforme varían los hechos, pero también de ética. Los más peligrosos.

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