NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Atenas acababa de ser sentenciada por sus propios ciudadanos. Siempre admiró la inteligencia, la mesura y el buen verbo de los representantes públicos. Participaba en los debates del Ágora y escuchaba con atención los discursos y reflexiones de sus políticos y pensadores, reconocidos siglos después como los grandes filósofos de la historia. Él, como mero mortal exento de las excepcionales dotes de Sócrates o Platón, se dejaba seducir por sus sabios discursos, llenos de consejos para la comunidad y el buen gobierno, lo que le hacía estar orgulloso de ser un ciudadano Ateniense. Allí acudían los más diversos personajes, que defendían y representaban a las distintas escuelas y formas de pensamiento, junto con políticos y generales que defendían la democracia y ampliaban sus fronteras. De haber tenido el don de la inmortalidad, habría podido comprobar la gran aportación que supuso para Europa esta cultura. Sin embargo, un historiador o historiadora (que de todo hay en la viña del señor) sí podía apreciar la contribución que aquellos políticos, generales y pensadores hicieron a las democracias que siglos después se instauraron en ella y bebieron de sus fuentes. Hoy, este humilde pensador, tenía la convicción de que por fin las democracias habían conectado con la esencia misma de la Grecia clásica. Aquellas Ágoras en las que políticos, filósofos y generales, daban sus discursos sencillos o complejos, encendidos o pausados, pero siempre con un verbo y un poder de convicción ejemplares, habían sido reemplazadas por las Cámaras: altas, bajas, de los lores, o cualquier otra denominación de igual significado. En los debates parlamentarios había discursos que sobresalían por las dotes personales del orador: vigor en la palabra, fuerza en las ideas y respeto por el oponente, que no es otra cosa que respeto por el pueblo al que representa. Tristemente, de los discursos zafios y vacíos actuales, solo podía concluir que la historia se repite y que la inoculación del odio por el otro, solo podrá traer como consecuencia la INMOLACION DE LA DEMOCRACIA, al igual que hizo Atenas cuando condenó a sus generales tras los aplaudidos discursos de sus demagogos.
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