La lengua como religión

Les confieso que a veces no logro distinguir si hemos llegado al S. XXI, o, en asunto de verdades, seguimos anclados en el XIX

Al hilo de que en estos días se celebra el Dia Internacional de la Lengua Materna, recordé que hace años, muchos, critiqué perplejo en la revista Sala de Togas del Colegio de Abogados, una sentencia de la Sala de lo Contencioso del T. Supremo, de la que fue ponente la magistrada, hoy ministra, Margarita Robles, en la que se denegó el acceso a la nacionalidad española, a una ciudadana marroquí, viuda de legionario con quien había tenido cinco hijos y que residía en Ceuta hacía más de 15 años, solo por algo tan accesorio como que no entendía bien el español: hablaba tamazigh, lengua bereber del norte de África. Y será porque uno vive más interesado en la palabra que en las voces, que cosas como esas me resignaron a tener que sobrevivir entre debates necios sobre las incesantes verdades únicas de cada cual que colonizan nuestro acervo cultural y que, en renovada aclimatación, acaso siguen campando por no pocos espacios públicos. O al menos lo parece, cuando nos asaetean a diario noticias sobre el despido de celadoras de un hospital de Menorca, por no hablar bien catalán; o los problemas en centros baleares de salud por la escabechina en la bolsa de sanitarios que no superan el imperativo de la lengua única; o la discriminación lingüística en universidades valencianas o en la enseñanza catalana. Signos de una ideología bunkerizada y radical, hoy sobre esencias lingüísticas, que me remonta a aquel célebre debate sobre religión al redactarse la Constitución de Cádiz de 1.812 -que en otros aspectos marcó un hito histórico-, cuyo artículo 13, la Comisión redactora propuso que rezara así: "La Nación española profesa la religión católica, apostólica, romana, única verdadera, con exclusión de cualquier otra"; y pareciéndole poco, otro diputado dijo de añadir, además, que "deba subsistir perpetuamente, sin que alguno que no la profese, pueda ser tenido por español, ni gozar los derechos de tal". Claro que eran mentalidades que convivían aún con un Código Penal, como el de 1.848, que penalizaba la práctica privada o pública de cualquier culto no católico. Y es verdad que eso ocurrió hace un par de siglos. Pero viendo la deriva de los nacionalismos fanatizados con leyes identitarias, (y que apoyan, ay, partidos de izquierda que se dicen progresistas, pobre psoe) les confieso que a veces no logro distinguir si hemos llegado al S. XXI, o, en asunto de verdades, seguimos anclados en el XIX.

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