Abrió la puerta con sumo cuidado para no quebrar su frágil sueño. Le sorprendió que nada más entrar, salieran a recibirla unas diminutas mariposas de colores, que comenzaron a revolotear en torno suyo. Se dirigió hacia el otro extremo de la estancia, allí estaba sentada en su sillón con una mantita de cuadros sobre sus piernas, movió la cabeza alertada por el ruido y posó su mirada en ella. Era una mirada tierna y cargada de dulzura, que transmitía la alegría que le producía su inesperada visita. Nunca exigió nada, daba amor a manos llenas sin pedir ningún tipo de recompensa. Ir a verla en aquella enorme casa familiar en la que habían nacido ella y todos sus hermanos, era como entrar en un zoco, pero sin cartera: todo era un regalo. La casa, con su patio interior rezumando humedad, lleno de aspidistras y esparragueras enredadas en las columnas que lo flanqueaban, estaba descuidada pero emanaba todo el aroma de la vida que la habitó. Era una mujer alegre, rara vez se le escuchó quejarse, sin embargo ella siempre se interesaba por los demás, ofreciéndose a prestar su ayuda a quienes se le acercaran. Ahora que una cruel enfermedad la había privado de movilidad y había perdido el habla, sorprendía la serenidad que trasmitía, de todo punto impropia en sus circunstancias. Vivía sola en la hermosa y vetusta casa que la vio nacer, y desde que sufría esa terrible enfermedad, varias personas se turnaban para cuidarla a lo largo del día. Decían de ella que jamás salió de su boca una queja, y al perder la capacidad de hablar, se comunicaba con la mirada y con gestos fácilmente descifrables. Lo sorprendente era, que cada vez que parpadeaba, salían de sus ojos unas bonitas y minúsculas mariposas, que cuando pasaban junto a quienes la acompañaban, rozaban su piel acariciándola con la delicadeza de una pluma. Se acercó a ella cogiéndole sus manos cálidas, notó un imperceptible estremecimiento en su cuerpo, sus ojos se sumergieron en los de ella y sintió el abrazo y los besos que no podía darle. Estuvo horas reteniendo sus manos entre las suyas, sumergiéndose en sus ojos en busca de la persona amada que se escondía en su interior, deseando huir y a la vez eternizar ese instante que pronto sería solo un recuerdo doloroso que guardaría en el fondo de su corazón. Cuando horas más tarde abandonó la casa, sintió un nudo en el pecho causado por un vago sentido de culpa al dejarla allí, aunque tenía la certeza de que ella lo entendía a pesar de no poder expresarlo. Su mirada tranquila y cálida al despedirse la tranquilizó. Cuando volvió a su hogar la recibió una nube de mariposas rozándole la piel como una caricia, sintió un vuelco en el corazón y comprendió que esta era su despedida, nunca más volvieron a estar juntas, y las mariposas, fieles a su dueña, siguieron hablándole por siempre jamás

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