Metafóricamente hablando

El profesor no tiene quien le escriba

En una simbiosis irracional, se unieron en su memoria aquellas imágenes de joven estudiante de derecho

Tenía ante sí esa imagen imborrable, que queda impresa en la retina sin que se pueda borrar de la memoria, por muchos esfuerzos que uno haga. Aun cerrando los ojos, podía ver con nitidez aquel rostro adusto, cansado, y con gesto de fastidio, que contrastaba groseramente con la aparente felicidad de quienes le rodeaban. Sus compañeros de bancada sonreían descaradamente cuando él, como un niño mal encarado y aburrido, protestaba o regañaba al que hablaba desde la tribuna, recriminándoles como un profesor malhumorado. Las risitas ahogadas de quienes habían montado el deplorable espectáculo, contrastaban con el respeto, que a pesar de los pesares, le mostraban los oradores, estupefactos por la metamorfosis producida en aquel profesor investido de autoridad que habían conocido en su juventud. Hay quienes, no solo no tienen agallas para pelear con sus propias armas, sino que tampoco tienen escrúpulos para enviar a otros, en su lugar, al mismísimo infierno. ¡Vivir para ver!. Pensó en la sabiduría que encerraba el refrán: solo había que vivir lo suficiente para ver aquello que, tiempo atrás, le habría parecido inimaginable. Repasaba las penosas imágenes, repetidas una y otra vez en los medios de comunicación, y lo veía tan solo y desvalido, liado en su propia red, que sentía una especie de conmiseración que le encogía el corazón. Desde que lo vio sentado en la bancada, le vino a la memoria aquella novela de García Márquez: "El coronel no tiene quien le escriba", y no acertaba a saber por qué se lo recordaba. No sabía muy bien, si era por que encontró algún parecido entre el personaje de la novela del genial Nobel colombiano, y el que hoy tenía ante sí, debatiéndose dialécticamente frente a sus otrora compañeros ideológicos, en defensa de valores que había combatido toda su vida, o porque en su juventud descubrió a ambos a la vez. Como miles de españoles de su época, este profesor, que hoy se presentaba como un ángel caído o como un coronel retirado, desvestido de toda autoridad por voluntad propia, ella aprobó economía estudiando sus textos, junto con los de Marx y Engels, y asistió con la misma estupefacción que muchos diputados, al espectáculo que se ofreció ante sus ojos estos primaverales días. En una simbiosis irracional, se unieron en su memoria aquellas imágenes de joven estudiante de derecho, que empezaba a descubrir el mundo más allá de los estrechos límites conocidos, y aquel coronel despojado de autoridad, poniéndole el rostro del economista. Esa imagen irreal pronto tomó forma: "el economista, no tiene quien le escriba", y sintió pena por ella, por él y por todo aquello que perdió a lo largo de su vida, sobre todo su inocencia, que quedó atrapada entre las bancadas del Congreso un precioso día de primavera.

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