NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Desde pequeña le habían transmitido dos definiciones del ser humano, aparentemente incompatibles entre sí: una mantenía que era obra de la creación de Dios, y otra, que era una especie de simio evolucionado. Entre científicos y teólogos conformaron en su mente una idea confusa de lo que realmente era, aunque en algo coincidían ambos: el ser humano era el “rey de la creación”, su inteligencia lo elevaba por encima de todos los demás seres vivos. El avance de la ciencia y la tecnología, hizo que la humanidad confiase en su futuro, su victoria estaría en vencer el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. En lo que nadie reparó fue en el ansia de destrucción que podía anidar en algunos corazones, o en que la esencia de este ser vulnerable también podía ser la depredación. Si Caín inventó la primera arma letal, utilizando simplemente un hueso, en la actualidad el método se había perfeccionado y bastaba con apretar un botón. La tecnología al servicio de la destrucción. Mientras su mente divagaba descubrió una noticia que llamó poderosamente su atención, resultaba que la verdadera amenaza para la vida humana “aquí y ahora”, la portaba un minúsculo ser alado, que podía sentenciarte en el silencio de la noche, mientras tú solo percibirías su presencia una vez acabada la fechoría. En ese momento, cuando sintieses el silbido del enemigo huyendo satisfecho, solo te quedaría encomendarte a Dios y a la Divina Providencia. Primero sentirías una comezón en la piel, que se iría hinchando y enrojeciendo, empujándote a rascarla una y otra vez, con el resultado de que te picaría bastante más. Lo realmente aterrador es que tardarías unos días en saber cuál de los dos habría ganado la batalla. Si te transmitió el virus del Nilo, tendrías que encomendarte simultáneamente a Dios y a la ciencia, y si no hubiese sido así, tendrías la certeza de que esto no sería más que una tregua hasta la próxima madrugada. En ese momento se desveló al notar un escalofrío, encendió la luz de la mesilla en busca del Autan. El aleteo de la parca había silbado junto a su augusto oído de “reina de la creación”, y solo deseó tener alas como ese simple mosquito que acababa de marcarla con su picadura.
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