Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad

María Jesús Montero, sin metáforas

Esta mujer, de pelo cinematográfico, y simétrica como la pintura lírica de Tiziano o Rubens, Botticelli o Tintoretto, sabe que la ambición en política hay que disimularla

María Jesús Montero, sin metáforas María Jesús Montero, sin metáforas

María Jesús Montero, sin metáforas

El debate de los presupuestos fotografió alguna estampa, que, para quienes leen las páginas interiores de la política, no fue ninguna sopresa: la confirmación de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero Cuadrado, como una figura estelar del Partido Socialista. Esta mujer, con una belleza, la cual nada tiene que envidiar a la de Scarlett Johanson, Mila Kunis, Selena Gómez o Lauren Cohan, tiene criterio y capacidad, talento y desenvoltura, actitud y suficiencia. Todo ello, con una oratoria, que, si no es la de Demóstenes o Pericles, Tácito o Quintiliano, Simone de Beauvoir o Malala Yousafzai, desembarca en los escaños de los adversarios como una metáfora, que anuncia su ida, mas nunca su vuelta. Con el pelo ondulado, ensortijado, enredado y metamorfoseado, Marisu I de Triana es la intérprete de una biografía, en la que el movimiento hippie y el comunismo, la lucha y el esfuerzo, el cristianismo y la clase obrera fueron sus faros, entre las rimas del pasado y los fragmentos del presente; entre la influencia de aquel sacerdote de izquierdas, el cura Manolo, y la lectura.

Llegó al Gobierno de la Junta de Andalucía, sin ser militante del PSOE, de la mano de Paco Vallejo y Manuel Chaves. Se mantuvo con Griñán y Susana Díaz. En los medios bien informados de la capital de la Autonomía, se consideró como la sucesora de la entonces presidenta de la Junta, en el caso de que esta hubiera ganado las primarias. Esta mujer, de pelo cinematográfico, y simétrica como la pintura lírica de Tiziano o Rubens, Botticelli o Tintoretto, sabe que la ambición en política hay que disimularla, so pena de que el rumor achicharre en la hoguera de las vanidades. Por ello mismo, sus respuestas a preguntas envenenadas fueron siempre la de quien distingue lo que quiere, pero no lo expresa, sino con la discreción, la mesura, la sagacidad y la sensatez. Antes, cuando se la presentaba como la sucesora de Díaz y ahora, cuando, en los círculos de la intriga y de la maniobra, suena su nombre como una alternativa a Pedro Sánchez, Marisu, como inteligente actriz de la conversación y de la mirada, calla, para convertir en metafísica el proverbio hindú: «Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio». Una respuesta, la cual versifica la prosa entre Tolstói y Orwell. Hace mucho tiempo que descubrió que las palabras hay que masticarlas para oírlas a través de sus latidos, una vez y luego, otra, con el fin de que no sorprendan con el paso cambiado.

La nueva reina de Triana, a sus cincuenta y tres años, considera que la imagen hay que mostrarla con exactitud y armonía, con tal de que se anude en el ancla del futuro en los instantes en los que comprendemos que la vida exige estar en el lugar adecuado en el momento oportuno, sin importar mucho por quién doblan las campanas; para, de esta forma, acariciar el gesto del ven más bien que el del vete. Entre la vanguardia y la tradición, tanto a la hora de vestir como de sentir los segundos de una tarde de primavera junto al Guadalquivir, orilla, orilla, se inclina por la primera, entre la Sevilla de Bécquer y Cernuda; asomada a un mirador de la calle Betis, infinita y eterna como un verso de Pedro Salinas. Orgullosa de su pronunciación sureña y sevillana, como el mejor homenaje que se le puede hacer a aquel mirífico epítome de don Américo Castro, El habla andaluza (1924), a esta nueva reina trianera hay que escucharla como a una habanera de Carlos Cano; allí en el mismo sol de la playa gaditana de la Caleta. Cuba y Cádiz, en el recuerdo y Bartolomé Esteban Murillo pintando con el pincel de la universalidad, que sale del corazón, río abajo, hasta Sanlúcar, Mujeres en la ventana, óleo sobre lienzo, la obra maestra. Con los retro-zapatos de tacón, verdes y lazada púrpura, combinados con unas medias de rejilla morada, en el manual de estilo de la ministra de las ministras. Hay que reconocer que la señora Montero Cuadrado acepta los retos y crea un resplandor que da luz en Sevilla y en Madrid. En Andalucía y en España. Conoce que la utopía y la esperanza no son el mismo concepto y se ha percatado de que la política necesita una nueva definición. Aquella que surge, como la voz a ti debida, en Diálogos entre un político y una ciudadana. El enunciado que prologa la obra es de Sócrates: «La política debería ser el arte de dialogar más que el arte de dominar». Marisu I de Triana lo vislumbró en sus años como estudiante de Medicina. Y, ahora, como ministra, quiere embellecerlo con sintagmas inéditos. Aquellos que, tal vez, adivinó recorriendo los caminos de Ítaca como una nueva Penélope.

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