Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Tomar la voz

El éxito de una organización, de cualquier tamaño y forma, es encontrar la manera de unir potestad y autoridad en una misma persona

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Tomar la voz

El ejercicio del mando es un tema recurrente entre los militares y que saltó de la milicia a la sociedad civil bajo la forma de liderazgo. Sin embargo entre mandar y liderar existe una sutil pero profunda diferencia. Manda quien tiene potestad pero lidera el que posee autoridad. El éxito de una organización, de cualquier tamaño y forma, es encontrar la manera de unir potestad y autoridad en una misma persona.

El tiempo descubre los detalles de la historia. Todo lo que los propios ocultan, lo desvelan los ajenos. Robert Kagan, un columnista estadounidense, describió en "El retorno de la historia y el final de los sueños", hace más de una década, dos realidades que ya entonces daban la cara: los ascensos de China y Rusia como potencias globales. Además muestra el retorno a la normalidad de Japón como ejemplo de evolución política del imperialismo a la democracia liberal. Expone con rotundidad el desequilibrio entre las ideas que se proponen para establecer un nuevo orden mundial, los sueños, y la realidad de los hechos, la historia. Para colofón, el ensayo deja abierto el futuro a quienes tengan el poder y la voluntad de darle forma a esa nueva manera de ordenar el contexto internacional. A lo escrito por Kagan se puede añadir que el devenir está en manos de quién convenza con la razón, persuada con la economía y someta por la fuerza, o mezcle un poco de todo eso. Y, en igualdad de condiciones, el que sea capaz de, como se dice en argot marinero, "tomar la voz", que es algo más que dar órdenes, es asumir el liderazgo de un equipo.

Y, para sortear la posible caída en el sueño y buscar el equilibrio entre la especulación lógica y la experiencia vivida, se puede echar mano de otro estadounidense: Colin Powell, general de prestigio, ecuánime asesor militar, diplomático eficaz en relaciones internacionales y narrador de ponderadas experiencias personales. En "Lo que funciona para mí: en la vida y en el liderazgo" señala con sencillez la fisonomía del dirigente: "Los líderes deben ser solucionadores de problemas. Si no resuelves problemas, nunca serás un líder". Entre otros relatos, trae a colación la crisis hispano-marroquí del islote Perejil, esa que ayudó a resolver al mediar entre los responsables de Asuntos Exteriores de ambos países: Ana de Palacio y Mohamed Benaissa; a los que concedió una parte alícuota del éxito al atajar también ellos el problema y, como en toda crisis bien llevada, les proporcionó una salida honrosa para ambos, por muy insustancial que fuese: discrepar en el nombre del islote.

(Perejil en castellano o Leila en dariya, aunque bien pudo bautizarlo con otro en inglés y así "poner las tres patas a un banco". Al fin y al cabo las cosas tienen nombres diferentes en cada idioma). Powell tomó la voz, resolvió sin imponer, lideró sin mandar, ejerció de autoridad sin necesidad de potestad.

Entre uno y otro trabajo se puede deducir que guardar silencio frente a los problemas deja al mando vacío de autoridad y que procrastinar deja vacante de potestad la sede del líder. Una cosa y la otra son dos formas mezquinas de gobierno porque hace responsables de los problemas a quienes los sufren y absuelven, hasta en las urnas, a quienes deberían proporcionar las soluciones. Una inversión de términos que sitúa al servidor público por encima del pueblo soberano hasta dejarlo sin habla. Y todo esto en un mundo que sigue adelante, donde se abrió la competencia política por el gobierno mundial, donde las organizaciones multinacionales son meros escudos de los intereses nacionales, donde el equilibrio de poder: político, económico y militar; se construye sobre las relaciones bilaterales, donde la fortaleza de las naciones se muestra en la fiabilidad de sus líderes y donde el desequilibrio demográfico y económico entre las sociedades lo es todo en las nuevas migraciones e invasiones.

Sin embargo, entre tanto ruido social de fondo y tanto silencio gubernamental, hay españoles con suficiente autoridad que, en este mutismo oficial y el murmullo continuo que aturde a los ciudadanos con absurdas ocurrencias, optan por tomar la voz, aportar sensatas soluciones con autoridad y asumir la potestad para ponerlas en marcha. La cuestión es si la sociedad, o la política, aceptan líderes solucionadores de problemas o prefieren, como ahora, mandos irresolutos que aguardan que las cosas se resuelvan solas o callan a la espera de que otros lo hagan.

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