Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Vivir en una sociedad inmadura

Falta hoy una prueba de madurez con unas mínimas prácticas de convivencia colectiva que haga salir a los españoles del egoísta reducto infantil donde cayó

Vivir en una sociedad inmadura Vivir en una sociedad inmadura

Vivir en una sociedad inmadura

La sociedad española dejó de ser una comunidad madura. Lo fue hace cuarenta años cuando acometió una transición a todas luces arriesgada por el recuerdo y el miedo de una belicosa fragmentación radical. Sin embargo, quienes entonces asumieron la toma de decisiones y quienes las aceptaron tuvieron madurez y generosidad, dos cualidades que hoy se me antojan desaparecidas.

Desde la Transición la sociedad española cambió para bien y avanzó hasta el punto de que se admirase en el mundo la capacidad de resolver tan complicada situación política por sus propios medios, lo que dio a España credibilidad como nación en política exterior y estabilidad social en política interior. La cuestión hoy es identificar qué cambió sustancialmente para que la sociedad acepte ocurrencias y sin sentidos de partidos políticos, a todas horas y de cualquier cosa, sin cuestionar si realmente sirven al bien común o proporcionan un futuro mejor. Cambió la madurez de los líderes y la generosidad de los ciudadanos.

Toda sociedad tiene una prueba de madurez, me decía una profesora universitaria, quién tras muchos años de docencia notó paulatinamente como alumnos que aprobaban los cursos sin gran dificultad eran incapaces de llevar el conocimiento adquirido a la vida real. Nunca maduraban sino que permanecían en la adolescencia, les faltaba superar el listón que se impone socialmente para convertir adolescentes en miembros de pleno derecho, constatar que tienen algo real que aportar a la colectividad y que dejaron atrás el reducto individual imaginario en el que vivían.

Da la impresión de que los líderes que nunca superaron esa prueba de madurez permanecen en una infancia social con razonamientos inconsistentes, decisiones irresponsables y comportamientos inconsecuentes. Una mirada alrededor sirve para darse cuenta de ello.

Inconsistencia en las propuestas de una campaña electoral donde cualquier cosa sirve con tal de impactar a la audiencia con una modernidad impostada. Irresponsabilidad con decisiones defendidas con el simplista mantra de ser un mandato del pueblo cuando realmente es un compromiso ficticio auto-generado para convencer al público propio y menospreciar el ajeno. E inconsecuencia al comportarse como ciegos ante delitos flagrantes.Si eso es aplicable a los líderes, cosas parecidas suceden en otros estadios de la sociedad que demuestran inmadurez social. Se acostumbra a aceptar como nuevo todo lo que se cambia, simplemente por el hecho de cambiar, sin pensar si tiene algunas finalidad, si lleva a alguna parte. Algo así como el dicho que irónicamente se aplica a la caballería, esa que nunca retrocede, todo lo más invierte el sentido de la marcha y continúa el avance.

También, cuando se acepta incumplir la ley, convertido hoy deporte nacional unas veces por acción o por omisión o cuando no se considera malo cometer un delito, ni se siente temor de ser castigado por ello. Mucho menos por mentir descaradamente. Se empezó por aceptar faltas pequeñas como cosa de niños, para terminar, por desconocimiento del daño causado, en otras más grandes como asistir en un suicidio y divulgarlo, faltar al respeto por la vida, la integridad y la intimidad de las personas o cuestionar la ruptura de la convivencia social con una rebelión, sin citar a nadie…todavía.

Se hace duro ver que bienes fundamentales de la Transición, sancionados con la Constitución de 1978, se convierten en papel mojado por la inmadurez de los líderes y el egoísmo de la sociedad que parecen abandonar las más elementales y naturales normas del sentido común, entre otras por ejemplo, al proponer unos y aceptar otros leyes para preservar la vida de animales con la prohibición de la caza y la erradicación del toreo y, por el contrario, favorecer la muerte de nonatos y enfermos con el aborto y la eutanasia. Suena a abandonar en el campo de batalla de la vida a los más desvalidos.

Falta hoy una prueba de madurez con unas mínimas prácticas de convivencia colectiva que haga salir a los españoles del egoísta reducto infantil donde cayó, para entender que antes de recibir antes hay que dar. Sin querer volver a lo que era, hay que imaginar nuevas fórmulas de servicio social, incluyo en ello el militar, que permitan devolver normalidad a la sociedad y abandonar conductas marginales donde se acumulan causas que menoscaban la convivencia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios