Voy a terminar el año con una buena dosis de pesimismo. No me lo tengan en cuenta. No siempre las guerras comienzan con un ataque militar directo. Todas tienen un prólogo. Si observamos con algo de detenimiento lo que está pasando a nuestro alrededor, las señales son bastante numerosas, y alarmantes en lo que a Europa se refiere. Lo que más obvio resulta es el enfrentamiento, de momento indirecto, con la Rusia de Putin (una autocracia). No solo se está jugando la independencia de Ucrania, sino una visión neosoviética que desea regresar al statu quo previo a la caída del muro de Berlín. La excusa rusa de una zona de seguridad vital es absurda, salvo que considere que sus vecinos queremos atacarle –lo cual era muy improbable si consideramos que Rusia era uno de los principales proveedores de energía para la UE–. La invasión de Ucrania lo cambió todo. Las relaciones comerciales entre la UE y Rusia ya se habían visto afectadas por la invasión de Crimea, pero no se habían interrumpido. Y no se la consideraba como una amenaza directa de la Unión.
Ahora se ha convertido en el principal enemigo, dadas sus pretensiones de avance en el flanco oriental y sus tácticas de guerra híbrida que incluyen los sobrevuelos de drones sobre instalaciones estratégicas de los países europeos, saboteos e interferencias en la política interna con desinformación y apoyo a opciones antisistema. A ese frente se le ha sumado el occidental, con unos Estados Unidos sumidos en el autismo del movimiento MAGA y de un Trump que está haciendo saltar las costuras de su democracia y acercándola poco a poco a una autocracia. En este nuevo contexto, las antiguas alianzas ya no significan nada, solo funciona el cortoplacismo transaccional y el poder –que se ejerce sin miramientos–.
Estados Unidos argumenta que los europeos nos hemos aprovechado durante décadas del orden internacional para abusar de ellos –olvidando las ventajas que ese orden mundial les aportaba como sus principales artífices–. El evidente retraso en materia de defensa de la UE está provocando que nuestra capacidad de negociación con este nuevo Estados Unidos se haya visto tremendamente debilitada (los seguimos necesitando para defendernos y sostener a Ucrania) y que transijamos con acuerdos comerciales desequilibrados y exigencias de toda índole. Un tercer frente, de momento básicamente comercial, se está abriendo con China (otra autocracia). El modelo de desarrollo del gigante asiático se muestra incapaz de dejar de depender de las exportaciones. El estallido de la burbuja inmobiliaria, contenida en sus peores efectos por el Estado, se ha convertido en un gigantesco frigorífico para su consumo interno, que ahora también comienza a verse afectado por el envejecimiento poblacional y la baja natalidad.
A esto se le suma el brutal éxito de una política industrial focalizada en el desarrollo de capacidades de innovación, desarrollo de cadenas de suministro y producción de bienes de alta tecnología. Un éxito que ha devenido en sobreproducción y guerras de precios que, a su vez, presionan la exportación, no solo de bienes, sino también de deflación. La combinación de bajos costes de producción, tecnologías eficientes y control de las cadenas de suministro de las materias críticas somete a la industria europea a una doble tenaza: no podemos prescindir de China para obtener materiales y tecnologías estratégicas pero, al hacerlo, condenamos a las empresas europeas. La UE tendrá que incrementar las restricciones a las importaciones chinas y a edificar una cadena de suministro alternativa de materiales críticos. En un momento en el que la UE necesita estar más unida que nunca desde su fundación para hacer frente a los numerosos retos a los que se enfrenta: el militar ruso; el político y comercial estadounidense, y el comercial y tecnológico chino, nos encontramos en una coyuntura en la que las fuerzas nacionalistas y euroescépticas ganan posiciones en los parlamentos. Unas fuerzas que son apoyadas directa e indirectamente por los rivales que ven en su avance una manera de debilitar a Europa. Incluso en el caso de que no terminen por romper la Unión, sí que pueden paralizar las necesarias medidas que debemos poner en marcha para sobrevivir al estado de guerra en el que nos encontramos. Hablaremos de esas posibles medidas en una próxima entrega, ya en 2026, para arrancar el año con algo de optimismo…