Sería conveniente explicar a los españoles de a pie, cada vez más aborregados y sumisos – cual otrora lo fueran los más díscolos - al látigo del pastor, en forma de parábola (por supuesto) dado que el índice de cultura y comprensión – políticamente hablando – es cada vez más bajo y deficiente. Tal como hiciera Jesucristo, hace más de dos mil años, se dirigía a sus seguidores en forma de parábola, al entender que, siendo su nivel cultural de los más bajos del momento, si les mezclaba las enseñanzas con el mundo que se desenvolvía a su alrededor, la enseñanza que se fundía dentro del relato, sería más comprensible. Y en base a esa necesidad intelectual de este pueblo que, alienado en el seguimiento al líder, es presa del cacique que, siguiendo los pensamientos de Maquiavelo, es fiel a la sentencia de que “El poder no se gana con justicia, ni con mérito, se gana con la ilusión de qué estás alimentando las necesidades más básicas del pueblo. Las masas no eligen con la cabeza. Eligen con hambre, con miedo, con la promesa de una ración...”. Nos encontramos lógicamente ante la antítesis a la vieja conseja castellana de que no es lo mismo predicar que dar trigo; no obstante, aquí en España, la ceguera nesciente del español aborregado, ha llegado a aceptar lo contrario; y su fanatismo le lleva a aceptar que la hipocresía de predicar, sin ánimo de cumplir, llena su ilusión y la acepta como segura, aun teniendo pruebas de que es falsa. Sería conveniente que los españoles que hoy están jubilados de un humilde oficio y se encuentran en la última etapa de su vida, teniendo la tranquilidad de vivir en una casa de su propiedad, sin duda la mejor y más fructífera de las jubilaciones, les cuenten a sus nietos, muchos de ellos titulados universitarios – a sus hijos, ya es tarde – que, una vez, cuando España estaba, destruida, en ruinas y desolada, sin crédito ni amigos en Europa, hubo un hombre que les dijo: “Yo haré que a todos los hogares españoles, lleguen la luz y la alegría, el pan y la justicia y que tengan alivio y asiento frente al fuego”, construyendo durante más de treinta años tantas viviendas que, hasta el más humilde, con su trabajo y su sacrificio, pudo adquirir una vivienda – con más o menos pretensiones – que le permitiera vivir allí, hasta el fin de sus días. Para ello, no se hicieron promesas, sino realidades en forma de ayudar económicamente a los promotores y constructores – privados ¡SI! pero honrados y no asociados a políticos corruptos - aportándoles a fondo perdido treinta mil pesetas, y eximiendo del pago del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales a las viviendas de protección Oficial, desde el solar, hasta la entrega al comprador. Y aún más, manteniéndolas exentas durante treinta años (algunas hasta cincuenta) del noventa por ciento de los impuestos de IBI, Plus Valía, notarías, registros, etc. etc. De esa forma, España se convirtió en el país de Europa con mayor porcentaje de propietarios de la vivienda habitual; después, cuando aquel profeta que cumplió las realidades que prometió, se fue, los gobiernos que le siguieron se lanzaron ávidos como hienas cual carroña del Kilimanjaro hacia la vivienda, sin duda el mayor signo de progreso de este país, abrumándola con impuestos e intentando convencer a unos ilusionados ciudadanos que creyeron que los que venían, atarían los perros con longanizas; y su error, lo están pagando muy caro. Cuando en el año 1982, los vendedores de humo que llegaron a España, accedieron al poder, aconsejaban vivir de alquiler, pues eso otorgaba una libertad opuesta al compromiso de estar atado durante media vida al banco. Hubo quien picó en el engaño y se quedó enganchado en el palangre de la inflación con la subida de los precios, consecuencia de la voracidad impositiva de los gobiernos progresistas que, han logrado imponer su convencimiento de que el rebaño, expuesto al frío y a la lluvia; a la simple voz del pastor, se dirige a toda velocidad hacia el pesebre y el aprisco; y de esa forma, duerme caliente y tranquilo, aunque solo hasta que le llevan al matadero. Hoy para un joven, comprar una vivienda es una utopía, cuando en los años sesenta y setenta, muchos las compraban a los veintipocos años. Hoy, se ha cumplido la teoría de Maquiavelo: cuando el hambriento, huele el pan sobre la mesa, el precio de la libertad, es irrelevante.