DESESCALADA ALMERÍA

Odontología de pandemia

  • La ‘nueva normalidad’ de unos profesionales sanitarios que deben hacer malabarismos para completar complejas intervenciones bucodentales a escasos 20 centímetros del rostro de los pacientes

La odontóloga almeriense Alejandra Sánchez, interviniendo a un paciente en su clínica de Huércal-Overa

La odontóloga almeriense Alejandra Sánchez, interviniendo a un paciente en su clínica de Huércal-Overa

El pasado 13 de marzo Alejandra Sánchez, al igual que miles de odontólogos de la comunidad autónoma andaluza, bajó el interruptor de su clínica, uno de los puntos especializados de atención bucodental más emblemáticos del Levante Almeriense, concretamente en el municipio de Huércal-Overa. No imaginó que esa parada preventiva inicial de dos semanas, impuesta por el decreto de estado de alarma motivado por la pandemia de COVID-19, se iba a prolongar por casi 60 días e iba a teñir de cruces rojas cada uno de los siguientes dos meses del calendario.

Sin embargo, la realidad, una vez más y tirando de tópico, superó a la ficción. Reprogramación de citas, llamadas de agenda sin fin y decenas de pacientes, algunos de ellos con necesidades apremiantes, esperando esa intervención que no llegaría hasta semanas después. En concreto, ocho. Incertidumbre, preocupación y cierto desasosiego por todas aquellas personas que esperaban su turno en el asiento de la consulta con cierto apremio y que finalmente están pudiendo ser atendidas ahora, en este estado adelantado de ‘nueva normalidad’.

Con enormes medidas de seguridad y todas las cautelas, el buen curso de la desescalada está permitiendo que los pacientes vuelvan de nuevo a la clínica y desde el pasado mes de mayo, Sánchez, poco a poco, comienza a retomar el pulso de su actividad sanitaria. “Hemos tenido que adaptar la jornada laboral. Ahora trabajamos en horario intensivo para tener que vestirnos y desvestirnos una sola vez. Cuando terminamos la jornada, nos quitamos este uniforme en un escenario que parece sacado de una escena de la NASA y tiramos todo lo desechable. Hemos comprado una lavadora para no tener que sacar nada de aquí. La pongo cada día para evitar la contaminación cruzada. Cuando llegamos a casa nos duchamos y nos cambiamos la ropa, los zapatos no entran en la clínica nunca para evitar pisar las zonas desinfectadas con calzado que viene de la calle”, explica la odontóloga y gerente de la Clínica Microdental, quien añade que la satisfacción por el reencuentro con las personas que han esperado tanto tiempo para ser atendidas compensa el esfuerzo realizado por seguir a rajatabla el protocolo de seguridad y lo que ello conlleva: “Es así. Somos sanitarios y nos debemos a nuestros pacientes”.

No es una frase hecha, si no un relato a pie juntillas de la realidad. Tras casi 60 días de inactividad en los que los únicos diagnósticos que han podido ofrecer han sido de manera telefónica o virtual, siempre pegada al teléfono, tanto ella, como el resto de odontólogos andaluces, han regresado a la normalidad anterior al confinamiento.

La vuelta, sin embargo, está plagada de matices y, de momento, cuesta ver las semejanzas respecto a la situación en la que dejaron los gabinetes el pasado 13 de marzo. “La realidad de la clínica, desde el día 1 del ‘posconfinamiento’ es otra”, apunta Sánchez, quien señala que la nueva rutina comienza con un triaje telefónico.

“Entrevistamos a todos los pacientes para conocer posibles síntomas o contactos con personas sospechosas de COVID-19. Deben usar cubrezapatos para asegurar el aislamiento total con el exterior”, explica la especialista, quien añade que han tenido que despejar de revistas, folletos, juguetes y todo tipo de objetos ‘accesorios’ la zona común para evitar infecciones cruzadas. También han tenido que decir adiós a la galería de títulos, diplomas y simposios que decoraban las paredes; todo un clásico en el gremio. Y no sólo eso: Mampara sanitaria para garantizar la distancia de seguridad, salas de espera vacías, citas con un gran margen horario para evitar contactos, pacientes con mascarillas, uso del baño público únicamente para casos de máxima necesidad y una extrema minuciosidad en la desinfección de sillón, superficies e instrumental entre cada turno de atención.

En la entrada, los pacientes son ‘encañonados’ con un termómetro digital de última generación. Las auxiliares les miden la temperatura. Es el primer paso. El siguiente; cubrir sus zapatos con patucos y meter sus pertenencias en bolsas de plástico. “En el triaje telefónico, se les pide que no lleven joyas ni gorras y que vengan solos a ser posible. Y siempre con mascarilla”, puntualiza Sánchez.

El nuevo protocolo no se cierra ahí. En cada visita, se acondicionan los gabinetes, se deja preparado todo lo necesario para evitar abrir cajones durante el tratamiento, para que ninguna gota de agua pueda entrar en contacto con el material que está esterilizado y desinfectado. Cuando el paciente sale todo se cambia. Las superficies se vuelven a dejar inmaculadas para la siguiente visita. Abren ventanas para ventilar durante diez minutos. Se friegan los suelos. El proceso se repite una y otra vez.

Este meticuloso proceso ha reducido ostensiblemente el número de atenciones diarias. “Pero estamos hablando de salud pública y evidentemente cualquier precaución es poca. Nos enfrentamos a un momento decisivo en el control de la pandemia y los que estamos en primera línea debemos darlo todo”, concluye la especialista, quien no oculta que hay que ser extremadamente metódicos en el seguimiento de cada uno de los pasos del protocolo: “El trabajo es ahora un proceso más lento y menos ágil. Nuestro vestuario, como decía, también ha cambiado. Llevamos batas impermeables encima de nuestros uniformes, dobles guantes, dobles mascarillas FFP2 y quirúrgica, pantalla, gorro y cubrezapatos. Esto dificultad la movilidad y la visión, pero hay que adaptarse para poder desarrollar las intervención con solvencia y rigor”, concluye la joven odontóloga, quien tras explicar las enormes dificultades que han estado teniendo para la recepción de material sanitario básico -léase mascarillas, soluciones hidroalcohólicas y otros consumibles indispensables para el ejercicio de la actividad- así como el aumento en los precios de dichos productos, han podido salir adelante y garantizar esta atención sanitaria bucodental en condiciones de seguridad y solvencia.

Todo un reto, que adquiere proporciones de desafío cuando hablamos de profesionales que deben trabajar a escasos 20 centímetros del verdadero epicentro de la pandemia, el lugar en el que ‘duerme’ el nuevo virus a la espera de dar el salto al interior del huésped.

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