La manzana de Paterna, un símbolo en peligro de extinción: "ya casi no quedan cultivos en el pueblo"
La variedad Verde Doncella es comúnmente conocida por el nombre del municipio alpujarreño del que fue motor económico
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Aunque no sean muchos los que lo sepan y pueda parecer incluso sorprendente, la provincia de Almería también es tierra de manzanas. Eso sí, para encontrarlas hay que subir hasta uno de sus pueblos más altos, muy cerca de las cumbres que coronan Sierra Nevada. En el término municipal de Paterna del Río, tras varios kilómetros de pista forestal, se ubica el Prado de los Espinos, una finca que su propietario, Francisco Sánchez, define como “su refugio”. Allí, entre montes y silencio, Francisco cuida con mimo sus manzanos, un cultivo que mantiene por puro placer más que por negocio, y que sirve para seguir dando vida a la agricultura tradicional.
La variedad por excelencia es la Verde Doncella, pero en toda la provincia de Almería se le conocen como las famosas ‘Manzanas de Paterna’ por haber sido su producción uno de los motores del desarrollo económico de este municipio de la Alpujarra Almeriense durante muchos años. Poco queda de aquella época de esplendor, pero mucho de sabiduría a la hora de cultivar esta fruta tan sabrosa que lleva por bandera el nombre del municipio almeriense.
Antes que la manzana, la patata y la castaña eran los cultivos estrella en esta localidad, hasta que esta variedad comenzó a introducirse por sugerencia de algún vecino en los años sesenta y setenta, para convertirse entonces en “la reina” de las producciones agrícolas de Paterna del Río. “Empezaron a plantar muchísima porque daba resultado, se vendía muy bien, daba mucha mano de obra, y comenzaron a llegar los primeros compradores que procedían principalmente de Murcia”, explica Francisco. El fruto se extriaba por tamaños una vez recolectadas para venderlas más caras o más baratas dependiendo de sus dimensiones.
Una de las estampas más características de este municipio alpujarreño, y que perdura en los recuerdos de todo aquel que lo haya visitado en pleno otoño, son las cajas de manzanas apiladas a orillas de la carretera principal. Los agricultores, vendían sus manzanas a los turistas que pasaban por allí bien para visitar el Puerto de la Ragua, e incluso a quienes llegaban atraídos por la propia venta de esta fruta tan sabrosa y de excelente calidad que les esperaba allí recién cosechada.
La época de la manzana abarca desde finales del mes de septiembre hasta últimos del mes de octubre, un mes en el que la madurez y la calidad del fruto es inigualable. El sabor, el olor y las cualidades de estas manzanas, resultan indescriptibles incluso para quienes -como la autora de este artículo- han tenido el privilegio de probar una de ellas directamente cogida del árbol.
Pero la manzana, prácticamente desapareció de Paterna. Francisco Sánchez tiene en su finca varios manzanos en los que cuelgan los frutos esperando para ser cosechados, lo que lo convierte en uno de los pocos productores que quedan en la zona apostando por esta variedad tan característica. “Hace unos años dieron subvenciones para quitar los manzanos y los agricultores que vivían de ellas una vez recibieron el dinero se fueron al Poniente a montar invernaderos porque era mucho más rentable, por eso ya apenas quedan tres o cuatro personas que las vendan en el pueblo”, apunta.
A más de 1.800 metros de altitud sobre el nivel del mar, este agricultor tiene cerca de una decena de árboles de diferentes tipologías que le dan unas manzanas extraordinarias. Golden, Starking, Fuji y por supuesto Verde Doncella. “Tengo de todas las variedades porque para mí es como un hobby, e incluso hago injertos en el mismo manzano de varias tipologías para experimentar y entretenerme”.
Para dar fruto, el manzano requiere de frío y agua, además de un buen cuidado durante todo el año. “No me falta agua porque en esta zona estoy solo, pero si todas las fincas estuvieran produciendo también nos faltaría a pesar de que tenemos nuestros propios nacimientos de agua”, apunta. La recolecta, es lo de menos. “Lo más importante es hacerle una buena poda y estar muy pendientes de ellas para que tengan el suficiente espacio y las condiciones óptimas para crecer y desarrollarse el fruto”, añade.
La urraca y el Arrendajo son los grandes enemigos de este agricultor con los que convive día a día, dos aves córvidas que se comen el fruto, lo que le ha llevado a tener que tapar con malla todos sus manzanos para poder cosecharlas en sus mejores condiciones. Eso sí, son manzanas ecológicas que no se curan con ningún pesticida. “En el pueblo están todas picadas pero a esta altitud nunca hemos tenido problemas de plagas”, explica.
Acompañado de su mujer, Ana y de sus amigos Antonio y Trini, cosecha en estos días sus manzanas mientras disfruta de un rato agradable en buena compañía, en el que para él es su “recreo”, una finca en plena naturaleza con unas vistas impresionantes es de las que incluso se alcanza a ver el mar. Hace ya casi veinte años que decidió recuperarla, cuando allí solo se alzaba una encina milenaria, testigo silenciosa del paso del tiempo y que hoy sigue en pie, presidiendo un lugar único y visible desde cualquier rincón del entorno, símbolo de la paciencia y el arraigo a la tierra que también definen a su dueño.
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