El Personaje

¿Impide la edad emprender después de la jubilación? El caso de Lola y Miguel

  • El matrimonio regenta una finca de 400 olivos de la que recogen 3.000 kilos de aceituna por campaña

  • Él se tuvo que ir a Alemania y ella ha trabajado casi siempre sin contrato porque así dictaba la necesidad

Lola y Miguel comprando aceite en la Almazara de la Vega

Lola y Miguel comprando aceite en la Almazara de la Vega / Javier Alonso

Lola y Miguel son un matrimonio de clientes habituales de la Almazara de la Vega de Canjáyar. Cada semana vienen desde Campohermoso, donde poseen una pequeña finca de olivos, a vender su producto. Además, aprovechan para hacen su compra habitual de aceite. Una razón más por la que visitan la almazara que conocieron mediante la recomendación de un amigo y en la que se han quedado por el trato y la calidad del aceite que produce.

Lola y Miguel se casaron cuando ella tenía 25 años y 27 años él. No obstante, la felicidad de los recién casados por compartir una vida juntos duró poco. Al poco tiempo de casarse Miguel, junto a otros tantos hombres y mujeres, tuvo que partir hacia Alemania en busca de trabajo dejando a su mujer sola en Almería por un tiempo. No lejos que quedarse de brazos cruzados ante la precariedad de la vida que asolaba a todo el país en aquel momento, Lola emprendió cualquier tipo de trabajo que pudiera hacer su vida un poco mejor: “Yo he estado en la cosecha de todo, yo he cogido alcachofas, pimientos, tomates, habas… cualquier cosa para ganar dinero”. Recuerda también que en aquella época la provincia todavía no era un mar de plástico, no existían los invernaderos, se trabajaba durante todo el día al sol raso y en tierra. Tampoco el transporte por carretera funcionaba como ahora y los productos eran transportados en grandes barcos que llegaban a los embarcaderos de los pueblos costeros.

Mientras su marido prolongaba su estancia en el extranjero, Lola también trabajó en fábricas. La regularización laboral del momento, más bien escasa, le jugó una mala pasada a Lola en el futuro. Tras una vida de duro trabajo, tanto Lola como Miguel hace varios años que ya están jubilados, aunque su vida no se ha hecho más liviana y despreocupada, tampoco pueden disfrutar de un merecido descanso. A pesar de que Lola desempeñara numerosos trabajos durante su juventud, la mayoría de ellos se realizó sin contrato. Rara vez estuvo asegurada por la empresa en la que trabajaba, lo cual le impedía cotizar a la Seguridad Social y procurarse de esta manera una jubilación suficiente para cuando decidiera descansar. “Es mi culpa, fue la ignorancia de la juventud en la que no miras hacia un futuro que crees tan lejano, pero en aquel momento solo me interesaba traer dinero a casa porque hacía falta. En las fábricas en las que trabajaba, a lo mejor de 30 mujeres que había, solo cinco estaban aseguradas, para que de alguna manera, el empresario pudiera cubrirse la espalda en caso de inspección”, reconoce Lola con un gesto de pena en su rostro.

“Fue la ignorancia de la juventud la que me llevó a aceptar trabajos sin estar asegurada. Ahora sigo trabajando para comer”

Para hacer frente a la complicada situación en la que se encontraban tras jubilarse, el matrimonio echó mano del terreno que había heredado Lola por parte de su padre junto a sus hermanas, donde no había nada. El terreno de la sierra no ayudaba a implantar un cultivo propio de la provincia, así como tampoco ayudaba la falta de dinero para cavar un pozo de su propiedad para el regadío. Por eso, Lola y Miguel decidieron plantar olivos, una cosecha de secano y que aguanta bien en un terreno bastante inclinado. A lo largo de 15 años, la finca de estos dos clientes de la almazara ha logrado crecer hasta unas dimensiones bastante considerables. Lola y Miguel han conseguido que la finca aumente hasta los 400 árboles de los cuales recogen fruto actualmente, habiendo partido de tan solo tres troncos. Sin ser la edad un impedimento, es el matrimonio el que gestiona todo el terreno, sin ayuda de complicadas herramientas, llegando a recoger unos 3.000 kilogramos de aceituna por campaña sin necesidad de contratar una cuadrilla para la recolecta. Asimismo, hasta el día de hoy han prescindido de la excavación de un pozo, y su cosecha solo se mantiene con el agua de la lluvia. Además, aprovechando que aún quedaba terreno por explotar, en los últimos años, Lola y Miguel han ampliado sus cultivos con la incorporación de la cosecha de almendro, de la cual también se hacen cargo con sus propias manos.

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