El secreto de la longevidad lo esconden dos vecinos centenarios de Olula del Río
Valle del Almanzora
No es el clima es la pasión por cuanto hacen: trabajo, ilusión, cercanía, lucha, comer de todo, no fumar y consumir alcohol lo imprescindible conforman la piedra angular de una salud y aspecto de hierro al cumplir 100 años de vida
Un cabello blanco como el algodón, piel rosada y una mirada que es, sin duda, el reflejo de un alma curtida a base de experiencia, esfuerzo, pérdidas y bienvenidas nos saluda sentado en la mesa del despacho de la ferretería Comercial Marhuenda, ese en el que tantas lluvias de ideas se han producido y que hoy son proyectos empresariales consolidados. Es Pepe, el de Justo. Como le conocen en Olula de Río: “los más mayores porque los más jóvenes no creo. Es que este pueblo ha crecido mucho. Ha venido mucha gente de fuera”, explica José González Marhuenda, el señor centenario del municipio. Su educación (pese a no tener demasiada instrucción por los tiempos en los que creció), cercanía, amabilidad, su piel tersa para su edad como la de un hombre 30 años menor, su lucidez y con una memoria envidiable, hace unos días “sin imaginar nunca que llegaría hasta aquí”, afirma sonriente, cumplía un siglo de vida.
Pepe no es el único centenario en el pueblo. Apenas se lleva unos días con Dolores La Mora, la mujer más anciana de Olula del Río. Pero, ¿cuál es el secreto de su longevidad?
Es el menor de siete hermanos, todos fallecidos ya, pero “lo han hecho con más de 90 años, y mi madre y mi abuela…” especifica. Bendita genética, pero no es el único secreto. "Yo como de todo, no fumo, no he sido nunca de beber. Hombre, un vino o una cerveza sí, pero nada de botellas de cuello duro”, relata riendo. A sus 100 años no tiene ni la tensión alta. Disfruta de una salud de hierro, aunque “he perdido algo de visión y oído, pero me encuentro muy bien”. Y no es que se encuentre bien, es que luce de forma envidiable.
Sus nietos, Víctor y Eva aseguran que “sí sabíamos que llegaría a ser centenario. No solo porque se encuentra bien sino porque siempre está haciendo proyectos a largo plazo. Su vida es el trabajo”. Se jubiló hace más de 30 años, pero no ha dejado el mostrador. “Ahora me tienen “encerrado” con la pandemia. Pero bien. Me dejan menos venir, pero sigo hablando con proveedores y atendiendo de vez en cuando. Cuando me dejan”, afirma mirando a sus nietos con la que podríamos definir como una sonrisa de súplica cómplice para que le permitan continuar en lo que es su vida: su trabajo, sin miedos a la pandemia.
Cuando se jubiló fue uno de sus dos hijos quien se quedó al frente del negocio familiar y ahora son dos de sus cuatro nietos: Eva y Víctor, quienes lo hacen. No solo de la ferretería y de la fábrica en la que dan vida a distintas piezas industriales sino también de las plantas de reciclaje que han establecido en distintos puntos del país. “Pero yo sigo viniendo a aconsejarles y regañarles”, matiza, asegurando además que “espero que no se me tuerzan. Vamos a ver con la tercera generación… Porque si no, cuando esté arriba o abajo, me salgo”, comenta riendo; risas a las que se suman las de sus nietos, casi conocedores de que sería así de ser posible. “Hombre, tienen buenos principios”, apostilla. Es su esperanza. Aunque con la admiración y respeto que le tienen, poca desconfianza debería tener.
Ha vivido la Guerra Civil española. “Una época horrible. De mucha hambre y destrucción, aunque aquí en Olula nunca bombardearon. Eso era en las capitales, en este pueblo no. Antes no era lo que es hoy. Ha crecido mucho en estos años”, recuerda. Pese a la hambruna de aquellos años, él era un afortunado. “Teníamos tierras y vivíamos de lo que se cultivaba. Yo nunca he pasado hambre. Gracias a Dios teníamos de todo”, explica. Pero su familia sí dio de comer a muchas del pueblo. “Venían pidiendo ayudarnos por la comida”, sostiene. No fue al frente “fueron los de antes de mi quinta, les llamaban la quinta del biberón, por la edad con la que les llamaban para ir”, relata entre risas al recordar como denominaban en aquellos años negros a los jóvenes que debieron madurar a base de sufrimiento. “Llegaban hasta los de la quinta del saco. Gente de 55 años o más”. En ese saco llevaban todo y los lanzaban en las bocas de entrada a los refugios cuando sonaba la alarma de aviso de un bombardeo “dicen, yo no lo vi”, sostiene. Quien sí tuvo que acudir fue uno de sus hermanos.
Acabada la Guerra y siendo un poco más mayor, Pepe, que con 9 años había comenzado a trabajar ayudando en las tierras familiares, “vi que la agricultura era muy dura, muy sacrificada y yo no quería eso para mí. Lo único que había entonces en Olula era un taller mecánico y ahí me fui. Empecé a hacer mis pinitos”. Ese fue el germen de la que hoy es una empresa familiar que da trabajo a una treintena de personas, de dentro y fuera de la provincia.
Una vez adquiridos los conocimientos necesarios, decide abrir su propio taller mecánico. Tenía 22 años. Un taller al que llegaban incluso camiones que habían estado en la Guerra y los “adaptaba para el trabajo en las canteras de mármol”. Canteras, como la de la empresa Cosentino que, en la actualidad, “supone el 20 por ciento de nuestra facturación”.
Si hay algo que admire su nieta Eva es cómo ha sabido superarse, pese a no tener los medios y facilidades actuales para hacerlo. “Siempre estudiando, aprendiendo. Que aquí han llegado ingenieros pidiéndole una pieza y él diciendo que no era eso lo que necesitaban. "R con r" les dejaba llevarse lo que pedían y venían después diciendo: no, que esto no es lo que necesito”, a lo que Pepe apostilla “y yo les digo, si es que eso es lo que te decía, que no es lo que necesitabas. Era lo que yo te decía”.
Su conocimiento le ha llevado a que “le propusieran ser profesor de Formación Profesional, pero no quiso. Siempre ha formado a muchas personas en el taller”, explica Eva. “De hecho, ahora no encontramos personal. La gente no quiere aprender y formarse”, añade Pepe. Esa es la deferencia, abismal, que percibe entre la sociedad de su época y la actual. “La gente no tiene ganas. Los padres hemos luchado porque los hijos no sufran como nosotros, que su vida sea más fácil y no se esfuerzan. Lo quieren todo hecho y dado”, reflexiona.
Hace 8 años fallecía Josefina, su compañera de vida. Contrajeron matrimonio en 1955. “Josefina, siempre dando el callo conmigo. Ahora, que… era…”, explica riendo y recordando el carácter de la mujer de su vida.
A sus 100 años continúa viviendo de forma independiente. “Estamos al lado, pero é sigue en su casa”, afirma su nieta Eva, madre de la única biznieta de Pepe. Una pequeña de tres años que le tiene con “la baba caída”, “aunque ella está igual con él”, asegura Eva.
Víctor, su nieto, orgulloso y emocionado, afirma que su abuelo es “un ejemplo de vida”.
Reflejo de cómo se vive en el Valle del Almanzora para alcanzar la longevidad
El alcalde del municipio, Antonio Martínez Pascual, visitaba personalmente a Pepe el Justo en su vivienda, para felicitarle por su 100 aniversario. El edil hacía entrega de una placa conmemorando la larga vida del vecino olulense. Un homenaje que se sumaba al preparado por sus familiares y empleados que le consideran parte de su familia.
Pero este aniversario centenario se sumaba con pocos días de diferencia al de Dolores La Mora cumplía 100 años de edad, y se convertía en la mujer más anciana en Olula del Río. El alcalde visitaba entonces a Dolores para felicitarla especialmente y llevarle un ramo de flores como detalle.
Ambos, Pepe y Dolores, son fiel reflejo de cómo se vive en el Valle del Almanzora. Y es que cada vez es más habitual encontrar a ancianos que llegan y superan la centena de edad en esta comarca. Habrá que mudarse para disfrutar de la longevidad.
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