Un matrimonio holandés arriba en el puerto de Almerimar tras años viajando en barco por el mundo
Aventura a toda vela
A sus 63 y 60 años, Jan Speur y Monique Klompé, surcan los mares sin un destino ni fecha final concretos solo viven el día a día cumpliendo su sueño: vivir en libertad
“Él vino en un barco, de nombre extranjero. Lo encontré en el puerto…". Ese es el inicio de una de las composiciones más famosas de la canción española, que Conchita Piquer llevó por medio mundo y es lo primero que se me vino a la mente al llegar al Puerto de Almerimar y conocer a Jan Speur y Monique Klompé que durante unas semanas viven en una de sus dársenas a bordo de su velero.
La suya no es una historia de amor amargo como el de la copla, pero sí es de amor, el que se profesan y el que sienten por la vida, el mar y la libertad.
A sus 63 y 60 años, respectivamente, ambos son naturales de Harlem, a las afueras de Ámsterdam, en el noroeste de los Países Bajos donde siempre han tenido una vida acomodada y en la que aún continúa su hogar, ese del que salieron hace tres años sin fecha de regreso marcada en el calendario. Aunque hace poco más de un año, el hogar que han compartido durante 27 años se puso a la venta, a la espera aún de que algún comprador quiera disfrutar de la que ha sido su casa, situada en un barrio residencial de la ciudad.
A lo largo de su vida han disfrutado de infinidad de paisajes a bordo de su barco. Escapadas en familia que han permitido a sus dos hijos, Annick y Werner, crecer amando el mar. Ellos continúan en Harlem, pero se encuentran en ocasiones con sus padres en alguno de los puertos en los que se “alojan”. El último, en Málaga, hasta donde se trasladaron los jóvenes para abrazar a sus padres y disfrutar de unos días de aventura en familia.
Su barco, Witte Walvis (ballena blanca), una embarcación a vela, cuenta con una fuente de energía gratuita que les permite cargar las baterías del barco sin tener que poner en marcha el motor de propulsión. Ahorrando dinero en el combustible de la nave, que en los últimos días se ha convertido en un agujero para los bolsillos. Cuatro placas solares ubicadas a ambos lados de la embarcación.
Pero no es su primer barco. Este lo adquirieron hace tres años cuando iban a iniciar su aventura por el mundo. Durante una década les acompañó otra embarcación, algo más pequeña y modesta, que vendieron en 2018 tras diez años ofreciéndoles “un servicio leal y permitiéndonos experimentar hermosos viajes”, afirma Monique.
A Almerimar no han llegado para quedarse, es una parada en su periplo por el mundo. En el municipio ejidense vivirán un mes, amarrados en el puerto. Un amarre por el que pagan 400 euros en total, “porque es invierno, si fuera verano el precio sería mucho más elevado”, sostiene. Lo que más les ha atraído es el clima. “Siendo invierno, mira qué sol, qué temperatura. Parece verano”, añade. Y no lo dice por decir, a juzgar por su indumentaria compuesta de camiseta de manga corta y bermudas. De hecho, cuando llegamos a su barco el matrimonio se encontraba disfrutando del sol y un aperitivo, mirando al horizonte con una mirada que destellaba paz.
Dejar todo atrás y aventurarse a surcar los mares conociendo diferentes rincones del mundo, distintas culturas, en definitiva, enriqueciendo el alma con experiencias únicas, es el sueño de muchos y una realidad para muy pocos. Ellos son afortunados y han logrado cumplir su ansiado sueño. Ambos tienen profesiones que les permiten tele-trabajar. Ella asesora en procesos de desarrollo organizacional, sobre todo busca “el consenso y la cooperación”, afirma. Aunque tiene su propia consultoría desde hace más de 20 años, también es Líder del proyecto Renovación de la Formación Profesional como Terapeuta Ocupacional en una administración gubernamental en Holanda. Por su parte, Jan, también es consultor y asesor y trabaja en una consultora en los Países Bajos. Las nuevas tecnologías les permiten cumplir con sus obligaciones profesionales sin dejar de disfrutar de su aventura a toda vela.
Desde que salieran del puerto de Harlem, que en su día fue un importante puerto de comercio del Mar del Norte, rodeado por una muralla defensiva y que, actualmente, aún conserva su carácter medieval con sus calles adoquinadas y sus casas con gabletes, no sabían cuánto duraría su aventura. Desde entonces, Nueva Zelanda, Brasil, Panamá, Australia, Francia, Italia y ahora España son solo algunos de los lugares que han podido conocer.
Al preguntarle por qué decidieron embarcarse en esta aventura la respuesta es “libertad. No existe la rutina. Cada día es diferente a bordo de un barco. Vivir en una embarcación te permite sentir una libertad imposible de experimentar en ningún otro lugar. Nuevos idiomas, nuevos lugares, distintas situaciones”, asegura, apostillando además que “te da la oportunidad de tener una gran vida social. Cuando paras en cada puerto, llega otro velero y hablas. De dónde vienes, qué te trajo aquí, hasta cuándo por estas aguas… Y acabas haciendo amigos”. La mar proporciona amigos y nunca se está realmente solo. De hecho, durante esta entrevista, se acercó una mujer inglesa, Sophie. Eran amigas. “Vinisteis juntos?, sí. Nos conocimos hace unas semanas en Galicia y hemos bajado juntos al sur”, sostiene. Su viaje no es tan largo e incógnito como el de Jan y Monique, pero coinciden en algo: aman los barcos y navegar.
El matrimonio no sabe aun cuándo acabará de surcar los mares, pero saben que se guiarán por la luz de un faro que jamás se apagará, el de sus ansias de libertad.
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