La escala parisina de Woody

19 de mayo 2011 - 01:00

Aquí está Woody Allen de nuevo, inasequible al desaliento y al creciente escepticismo que levantan sus últimos filmes. Midnight in Paris llega a nuestras pantallas tras la repercusión mediática que ha levantado su reciente presentación inaugurando el festival de festivales, Cannes, y por el marujeo levantado por la presencia en el reparto de la señora Sarkozy, que echa el rato mientras su esposo se dedica a reinventar las barreras en Europa. El filme sigue el periplo de Woody por el viejo continente, donde siempre se le ha acogido mejor que en Estados Unidos. Tras Londres y Barcelona-Oviedo, le toca el turno a la capital de la luz y el amor. Woody Allen se está convirtiendo en una de las pocas citas que los cinéfilos de la vieja guardia esperan con ansia cada año -otra sería Clint Eastwood-, independientemente de lo discutible de sus últimas propuestas. Es como un rito, donde Allen necesita vitalmente su film anual y los espectadores encontrar algo de inteligencia en un marco dominado por los trucos de parque temático del 3D.

El ambientar su filme en París es una decisión que oculta varias claves. Woody la conoció hace cuarenta años, cuando empezaba su inigualable carrera y fue allí a rodar la delirante ¿Qué tal, Pussycat? Luego Francia ha sido un país que siendo fiel a su tradición cinéfila ha acogido muy bien su obra, así que era de cajón que más tarde o más temprano el cineasta acabaría devolviéndole el favor. Como suele ser habitual en sus últimas obras, ha decidido no figurar más como actor -en una decisión sorprendentemente similar a la tomada por Eastwood- y poner en cada filme a un alter ego, que de algún modo le representa. De nuevo ha confiado en cómicos que ven así prestigiados sus currículums. Así, tras el veterano Larry David y el más bien perdido Jason Biggs, ahora confía el protagonista masculino a Owen Wilson, que hace doblete en cartelera con Carta blanca. Wilson, superados ya sus problemas que le llevaron a un intento de suicidio, es un actor que sabe combinar las comedias comerciales con proyectos más personales, como demuestra su presencia habitual en las heterodoxias de Wes Anderson. La chica de la película es Rachel McAdams. Como también es norma, hay buenos actores en papeles secundarios, encantados de recibir la llamada del genio. Aquí encontraremos a Adrian Brody o la gran Marion Cotillard, junto con el británico Michael Sheen.

Aunque como se dijo antes, el gran morbo para un gran sector del público se encuentra en la presencia de Carla Bruni, que ha generado gran polémica previa. Con acervas críticas a su presencia, aunque no sabemos si son propias o le está pasando factura la inquina política contra su poderoso marido. En cualquier caso, tiene un breve papel como guía del Louvre. ¿Quién mejor que la esposa del presidente para iniciarnos en las maravillas culturales galas? En cualquier caso, es una de las pocas cosas que se sabían de Midnight in Paris antes de su presentación en Cannes, ya que Woody ha mantenido el secreto a machamartillo. Pero de nuevo veremos a una pareja en crisis -Wison y McAdams- que en París descubren muchas cosas de ellos y de su relación, en un clásico motor argumental alleniano que seguro llena de gozo a sus muchos seguidores.

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